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Cuarenta años estuve aprendiendo el orgullo de ser español con un toque franquista e imperial, y ahora llevo veinte años olvidando todo aquello. Me han puesto el mundo al revés: los buenos de siempre se han convertido en malos y a los malos de antes me los han subido a los altares. Cuarenta años creyendo en la única religión verdadera, en la familia, en la virtud del trabajo, en la sobriedad de costumbres, en la satisfacción de la obra bien hecha; y ahora en veinte años me lo han quitado todo:el matrimonio es una carga (felizmente pasajera); el trabajo, un tormento insoportable; la honradez, cosa de tontos; el consumo, la razón de la existencia, y los pillos, admirados, envidiados e imitadosen lo posible. Dos veces me han cambiado por completo los muebles de la casa y otras tantas el cerebro. Cada mañana me asomo angustiado al balcón por el temor de que me hayan vuelto a cambiar la calle y el escenario entero. ¿Qué vendrá ahora? ¿Quiénes serán nuestros próximos amigos y enemigos? ¿A quién habremos de odiar 4o imitar? ¿Seguiremos enviando limosnas para convertir a los chinitos o los amarillos estarán amenazando nuestra civilización?Cuando vemos unas manifestaciones con banderas norteamericanas, ¿habrán salido para quemarlas o para solicitar su protección? ¿Cómo hemos de tratar a los gitanos y a los inmigrantes? Cuando se condena a un narcotraficante o a un gran corrupto, ¿debemos congratularnos o protestar porque no se han respetado en el juicio sus derechos fundamentales? Acepto por descontado que me digan lo que tengo que creer, pensar y decidir y hasta que me revelen la esencia de mi personalidad y nacionalidad que venía ignorando. Pero suplico humildemente a la autoridad competente que me diga de una vez por todas, y sin cambiar cada vez que torne el viento, si soy andaluz o español; si es reprochable orecomendable pisar una iglesia; si ante los escándalos públicos he de enfadarme o mejor mirar para otro lado; si los juzgados y las comisarías son templos venerables o cuevas de salteadores; si hede quitarme el pan de la boca para dárselo a un necesitado, o si debo desnudar sin escrúpulo a los pobres del mundo (y de España) para satisfacer mis lujos; si hay que construir más viviendas o derribar las ya construidas; si España va bien o va mal; si es machista decir el sol siendo así que los alemanes, más civilizados, han dicho siempre la sol, sabiendo de cierto que sus atributos son femeninos; si debo ducharme por higiene o no ducharme para ahorrar agua; y, en fin, si es lícito o no exterminar a las palomas y a las ratas, o a unas sí y a otras no.En definitiva (y hablando en plata) que estoy hecho un lío, que no sé qué pensar, qué decir ni qué hacer, que vivo preocupado por el riesgo de conservar valores que ya se han suprimido y porel temor de estar al día en muchas cosas importantes. ¿No habría modo –ahora que esto cuesta poco– de crear un Ministerio del Bien y del Mal con un servicio telefónico de información permanente para aclararnos las dudas en tiempo real? De este Ministerio dependerían los servicios de educación ciudadana y de publicidad radiotelevisiva (que todo es lo mismo) y, coordinados con el departamento de multas para castigar a los malos y con el de subvenciones para premiar a los buenos, se llegaría a un Estado perfecto en el que todas las actividades que hoy seguimos llamando incorrectamente públicas podrían privatizarse con baratura.