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[...] O igual es que estoy paranoico.
Sánchez ofrece “ayuda” a Casado si rompe con Vox “para siempre y en todos los territorios”Casado ve “grave” que se use a Instituciones Penitenciarias para “negociar con un asesino a cambio de los votos de Bildu para permanecer en la Moncloa”: ¿Está con las víctimas o los verdugos?https://www.larazon.es/espana/20220216/edanoci2argxnfqbnb5culw7eq.html
Víctor Lenore:Las claves culturales de la derrota de la izquierda (en Castilla y más allá)Los partidos socialistas y poscomunistas pagan su divorcio de las clases populareshttps://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/izquierda-iglesias-delibes.html
Nada nuevo, pero la izquierda sigue en su prepotente ceguera:CitarVíctor Lenore:Las claves culturales de la derrota de la izquierda (en Castilla y más allá)Los partidos socialistas y poscomunistas pagan su divorcio de las clases populareshttps://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/izquierda-iglesias-delibes.html
Hilando la sociedad por venir, Castilla y León, VOX, y los progres pata negra.https://www.huffingtonpost.es/entry/jordi-evole-pone-un-ejemplo-muy-grafico-para-explicar-que-pasaria-si-vox-llegase-a-gobernar_es_620d540fe4b0557b5a3e44d6Con independencia del ridículo interés de personajes como Évole en blanquear el problema de integración que representa toda esa gente, me parece hasta justicia poética por lo que contaré a continuación.Vivo en un lugar el que mucha gente hostigaba (e incluso asesinaba) a sus vecinos por el simple hecho de ser Españoles de otras provincias, generalmente trabajadores y perfectamente integrados, ahora observo con (cierta y contenida) satisfacción como esa misma gente "disfruta" de las bondades de todo el lumpen que no solo no quiere integrarse sino que en cuanto pueden les apuñalan (literal o figuradamente) por la espalda.Pero ellos son bienvenidos....Maldita justicia poética porque lamentablemente vamos todos en el mismo barco...
Miguel Ángel Quintana PazCómo frenar a Vox en cuatro cómodos pasos«Rasgarse las vestiduras es muy efectista, pero no es un silogismo. Clamar al cielo es muy ostentoso, pero queda ridículo si no crees en divinidad alguna»https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2022-02-17/frenar-vox-pasos/
TRINCHERA CULTURALCensurar RT y Sputnik nos desacreditaEuropa sabe cómo se las gasta Rusia con la desinformación. Ante el conflicto, quiere limitar sus posibilidades de envenenar a la ciudadanía europea y corta dos cabezas de serpientehttps://www.elconfidencial.com/cultura/2022-03-01/censura-russia-today-rt-sputnik-democracia_3383260/
Polémica en Italia por cancelar a Dostoievski como rechazo a la guerra en UcraniaEn una universidad de Milán se decidió eliminar un curso sobre el escritor, ante lo que académicos y políticos reaccionaron en contra: “El enemigo no es la cultura rusa”https://www.larazon.es/cultura/literatura/20220310/frrspuij3zfblfuvdsodfzwokm.html
Cancelando a DostoievskiSi en nombre de la verdad nos ponemos a censurar medios de comunicación no sabemos qué tipo de pendiente resbaladiza puede llegar a producirsehttps://www.vozpopuli.com/opinion/cancelando-a-dostoievski.htmlEste lunes el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz hacía esta reflexión en Twitter: “Esta guerra revela que la frase ‘La primera víctima de las guerras es la verdad’ no acierta sólo porque en ellas proliferan las mentiras; acierta por algo más básico: con una guerra se empieza a ver como deplorable todo intento de razonar. Y esta es la condición previa de toda verdad”.Por desgracia, la búsqueda de la verdad es algo que dejó de preocupar a Occidente hace tiempo. La guerra sólo ha acentuado algo que ya estaba ahí, de forma más o menos velada. Empezamos por enarbolar el paradigma de la post verdad como estandarte de sofisticación humana: todo era relato, construcción. El sintagma “esa es tu opinión” se puso de moda como si fuera una marca de ropa, o el color mostaza en la temporada Otoño-invierno. Ahora bien, esta impostura intelectual de la mal llamada sociedad abierta no murió por desinterés o por la irrupción de nuevas ideas. El “todo es relato” se mató a sí mismo, pues formaba parte de su esencia más íntima.Si todo es relativo, también debe serlo la asunción de que nada es verdad o mentira. La tolerancia ad infinitum es una contradicción en sí misma. Es una contradicción lógica, pero lo es también moral y política. El respeto a la pluralidad de opiniones y a la libertad de pensamiento se basa en asumir que de todo ello se deducen cosas buenas para la persona y para la sociedad. Pensamos que esto es verdad, no algo relativo.El pluralismo de las llamadas democracias liberales conlleva, en consecuencia, la reprobación de todos aquellos comportamientos que lo pongan en peligro, empezando por los ataques a la libertad de expresión. Ésta es una toma de postura moral evidente e ineludible, por más que les pese a algunos. Ignorar algo tan básico de forma tan prolongada nos ha conducido de forma inexorable a la cultura de la cancelación actual, por paradójico que resulte.Quienes defendían la libertad y pluralidad de opiniones no se tomaron la molesta tarea de reflexionar en base a qué poner estos principios morales por encima de otros. Se asumieron sin más, para comprobar después horrorizados que hay quienes defienden ideas radicalmente opuestas a esos principios. Esos que no se habían detenido a examinar ni reconocer, pues el concepto “fundamentar ideas” les sonaba un poco fascistoide. Se puso remedio al asunto por la vía de la indignación supuestamente moral, dejando aparcados los razonamientos. Y así fue cómo nació la cultura de la cancelación.El horror que está sufriendo el pueblo ucraniano no ha hecho sino acentuar este fenómeno que lleva fraguándose desde hace tiempo en Occidente. Hemos censurado los medios de comunicación rusos, señalando que lo que el gobierno de Putin vende como periodismo genuino no es otra cosa que propaganda descarada y manipulación disfrazada de información. Siendo esto último cierto, la decisión tomada conlleva muchos problemas.El primero es de tipo práctico. La censura en la era de Internet es como aquello de tratar de poner puertas al campo, mientras se proporcionan motivos para la suspicacia hacia los censores, justo aquellos en quienes el ciudadano necesita confiar en circunstancias tan delicadas.La cuestión más importante, sin embargo, es el precedente que sienta. Si en nombre de la verdad cancelamos medios de comunicación no sabemos qué tipo de pendiente resbaladiza nos podemos llegar a encontrar. Éste es el problema principal que conlleva asumir como legítimas este tipo de prácticas, y no hablo ahora en sede teórica: la actitud de censura ha ido rápidamente más allá de Sputnik o Rusia Today. Estos días se ha puesto en la tesitura de definirse respecto de la invasión a distintas personalidades de la cultura rusa, decisión francamente dudosa.Se está, asimismo, poniendo en la picota a artistas y autores a los que enterramos hace más de un siglo, y cuya producción artística nada tiene que ver con las decisiones que toma el gobierno ruso del año 2022 de nuestra era. Ya me dirán ustedes qué motivos de peso existen para que en Italia se estén suspendiendo cursos sobre la figura de Dostoievski o, peor, queriendo derribar estatuas suyas. Los mismos, supongo, que para derruir esculturas de Cristobal Colón en EE.UU. El fenómeno no es nuevo. Lo sorprendente es que no le estamos prestando suficiente atención. Ni siquiera ahora.Decimos apoyar a Ucrania no sólo porque las decisiones del gobierno de Putin nos parecen aberrantes. Se supone que lo hacemos también porque creemos en los valores, virtudes y principios del Estado de derecho y de la democracia liberal. Mi pregunta es, ¿sabemos de verdad en qué consisten estos últimos? ¿sabríamos proporcionar argumentos consistentes para defenderlos? ¿O lo de razonar todavía es cosa de fachas intransigentes?
Aquí alguien que también denuncia éste absurdo manifiesto:CitarCancelando a DostoievskiSi en nombre de la verdad nos ponemos a censurar medios de comunicación no sabemos qué tipo de pendiente resbaladiza puede llegar a producirsehttps://www.vozpopuli.com/opinion/cancelando-a-dostoievski.htmlEste lunes el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz hacía esta reflexión en Twitter: “Esta guerra revela que la frase ‘La primera víctima de las guerras es la verdad’ no acierta sólo porque en ellas proliferan las mentiras; acierta por algo más básico: con una guerra se empieza a ver como deplorable todo intento de razonar. Y esta es la condición previa de toda verdad”.Por desgracia, la búsqueda de la verdad es algo que dejó de preocupar a Occidente hace tiempo. La guerra sólo ha acentuado algo que ya estaba ahí, de forma más o menos velada. Empezamos por enarbolar el paradigma de la post verdad como estandarte de sofisticación humana: todo era relato, construcción. El sintagma “esa es tu opinión” se puso de moda como si fuera una marca de ropa, o el color mostaza en la temporada Otoño-invierno. Ahora bien, esta impostura intelectual de la mal llamada sociedad abierta no murió por desinterés o por la irrupción de nuevas ideas. El “todo es relato” se mató a sí mismo, pues formaba parte de su esencia más íntima.Si todo es relativo, también debe serlo la asunción de que nada es verdad o mentira. La tolerancia ad infinitum es una contradicción en sí misma. Es una contradicción lógica, pero lo es también moral y política. El respeto a la pluralidad de opiniones y a la libertad de pensamiento se basa en asumir que de todo ello se deducen cosas buenas para la persona y para la sociedad. Pensamos que esto es verdad, no algo relativo.El pluralismo de las llamadas democracias liberales conlleva, en consecuencia, la reprobación de todos aquellos comportamientos que lo pongan en peligro, empezando por los ataques a la libertad de expresión. Ésta es una toma de postura moral evidente e ineludible, por más que les pese a algunos. Ignorar algo tan básico de forma tan prolongada nos ha conducido de forma inexorable a la cultura de la cancelación actual, por paradójico que resulte.Quienes defendían la libertad y pluralidad de opiniones no se tomaron la molesta tarea de reflexionar en base a qué poner estos principios morales por encima de otros. Se asumieron sin más, para comprobar después horrorizados que hay quienes defienden ideas radicalmente opuestas a esos principios. Esos que no se habían detenido a examinar ni reconocer, pues el concepto “fundamentar ideas” les sonaba un poco fascistoide. Se puso remedio al asunto por la vía de la indignación supuestamente moral, dejando aparcados los razonamientos. Y así fue cómo nació la cultura de la cancelación.El horror que está sufriendo el pueblo ucraniano no ha hecho sino acentuar este fenómeno que lleva fraguándose desde hace tiempo en Occidente. Hemos censurado los medios de comunicación rusos, señalando que lo que el gobierno de Putin vende como periodismo genuino no es otra cosa que propaganda descarada y manipulación disfrazada de información. Siendo esto último cierto, la decisión tomada conlleva muchos problemas.El primero es de tipo práctico. La censura en la era de Internet es como aquello de tratar de poner puertas al campo, mientras se proporcionan motivos para la suspicacia hacia los censores, justo aquellos en quienes el ciudadano necesita confiar en circunstancias tan delicadas.La cuestión más importante, sin embargo, es el precedente que sienta. Si en nombre de la verdad cancelamos medios de comunicación no sabemos qué tipo de pendiente resbaladiza nos podemos llegar a encontrar. Éste es el problema principal que conlleva asumir como legítimas este tipo de prácticas, y no hablo ahora en sede teórica: la actitud de censura ha ido rápidamente más allá de Sputnik o Rusia Today. Estos días se ha puesto en la tesitura de definirse respecto de la invasión a distintas personalidades de la cultura rusa, decisión francamente dudosa.Se está, asimismo, poniendo en la picota a artistas y autores a los que enterramos hace más de un siglo, y cuya producción artística nada tiene que ver con las decisiones que toma el gobierno ruso del año 2022 de nuestra era. Ya me dirán ustedes qué motivos de peso existen para que en Italia se estén suspendiendo cursos sobre la figura de Dostoievski o, peor, queriendo derribar estatuas suyas. Los mismos, supongo, que para derruir esculturas de Cristobal Colón en EE.UU. El fenómeno no es nuevo. Lo sorprendente es que no le estamos prestando suficiente atención. Ni siquiera ahora.Decimos apoyar a Ucrania no sólo porque las decisiones del gobierno de Putin nos parecen aberrantes. Se supone que lo hacemos también porque creemos en los valores, virtudes y principios del Estado de derecho y de la democracia liberal. Mi pregunta es, ¿sabemos de verdad en qué consisten estos últimos? ¿sabríamos proporcionar argumentos consistentes para defenderlos? ¿O lo de razonar todavía es cosa de fachas intransigentes?