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A lo mejor eres liberal y ni siquiera lo sabesPara el filósofo Michael Walzer, el adjetivo “liberal” define a ciudadanos de mentalidad abierta, tolerantes, alejados del dogma. Y el término es aplicable a múltiples ideologías(...)No hace mucho, el escritor conservador Bret Stephens definía el populismo como el triunfo de la democracia sobre el liberalismo. Creo que a lo que se refería era al triunfo de la democracia mayoritaria sobre sus restricciones liberales. La democracia liberal establece límites al gobierno de la mayoría, normalmente con una Constitución que garantiza los derechos individuales y las libertades civiles, establece un sistema judicial independiente que hace que se respete esta garantía y abre el camino para una prensa libre que pueda defenderla. Las mayorías solo pueden actuar, o actuar legítimamente, dentro de unos límites constitucionales. Al igual que todo lo demás en la política democrática, los límites se debaten tanto en el plano legal como en el político. Pero estas controversias no se zanjan por la regla de la mayoría, sino mediante procedimientos mucho más complejos.(...)Los nacionalistas son personas que ponen en primer lugar los intereses de su país. Los nacionalistas liberales hacen eso y, al mismo tiempo, reconocen el derecho de otras personas a hacer lo mismo (...) Reconocen la legitimidad y los legítimos intereses de las diferentes naciones. Del mismo modo que los demócratas liberales ponen límites al poder de las mayorías triunfalistas y los socialistas liberales ponen límites a la autoridad de las vanguardias obsesionadas con la teoría, los nacionalistas liberales ponen límites al narcisismo colectivo de las naciones.Nosotros, los defensores del adjetivo “liberal”, no negamos que las mayorías tengan derechos, ni que las teorías sobre la sociedad y la economía sean útiles desde un punto de vista político, ni que la pertenencia nacional sea un valor genuino. Pero defendemos a las minorías frente la tiranía de la mayoría y a los activistas corrientes frente a la arrogancia de la vanguardia. Y defendemos a los países que necesitan Estados frente a cualquier Estado nacional enemigo (kurdos, palestinos y tibetanos, por ejemplo, frente a Turquía, Israel y China, respectivamente). Pero lo hacemos sin negar los derechos nacionales de turcos, israelíes y chinos.En cambio, quienes se autodenominan “cosmopolitas” condenan todos los nacionalismos y niegan el valor moral de la pertenencia a un país. ¿Puede existir un cosmopolitismo liberal? Puesto que los filósofos cosmopolitas reconocen un mundo de individuos portadores de derechos, seguramente se les debería llamar liberales. Pero la mayoría de estos individuos conceden un gran valor a su pertenencia particular y se identifican a sí mismos como franceses, japoneses, árabes, noruegos, y no como ciudadanos del mundo. A mi parecer, la negativa a reconocer estas identidades y a valorar el pluralismo que emana de ellas es iliberal. Un Estado global y cosmopolita tendría que reprimir de un modo brutal la identidad nacional o la lealtad étnica de (casi) todo el mundo. Para evitar la brutalidad, los cosmopolitas liberales deberían hacer las paces con los nacionalistas liberales. La paz se llama internacionalismo(...)La mayoría de estos posibles usos del adjetivo “liberal” no son relevantes hoy en día. Pero aquellos con los que empecé no solo me parecen relevantes, sino de una trascendencia fundamental para la política contemporánea. Necesitamos demócratas liberales para combatir el nuevo populismo; socialistas liberales para combatir el frecuente autoritarismo de los regímenes de izquierdas; nacionalistas liberales para combatir los nacionalismos actuales, xenófobos, antiislámicos y antisemitas; comunitaristas liberales para combatir las pasiones exclusivistas y el fiero partidismo de algunos grupos basados en la “identidad”; y judíos, cristianos, musulmanes, hindúes y budistas liberales para combatir el inesperado regreso del fanatismo religioso. Estas son algunas de las batallas políticas más importantes de nuestra época, y el adjetivo “liberal” es nuestra arma más importante.
Los argentinos y los españoles habitamos en las dos puntas más extremas de la cuerda psicoanalítica. Nosotros vamos al psicólogo sin prejuicios y en masa, como quien concurre a la matiné del cine los domingos; ellos lo hacen con gafas de sol y a escondidas del barrio, como quien decide ir por primera vez a un cine porno para ver una cinta indecorosa. Y ni siquiera. En realidad —en los quince años que viví allí, a principios de este siglo— no conocí a ningún español que fuese al psicólogo por propia voluntad. Suelen llevarlos los parientes cercanos cuando huelen el suicidio o la debacle.[...] En nuestro lenguaje coloquial utilizamos los neologismos depre, neura, masoca y persecuta como quien dice «agüita fresca», y también hemos creado los verbos histeriquear, paranoiquear y sicopatear —tuvimos que inventarlos porque no podríamos armar una frase sin conjugar alguna de esas acciones—. El argentino medio conoce las diferencias básicas entre la terapia freudiana y la gestáltica. El español medio, a fuerza de ir siempre al grano, todavía sigue confundiendo psicología con psiquiatría.[...] Los argentinos y los españoles somos dos familias destrozadas. Estamos hechos mierda por motivos tan diferentes, tan extremos y extrañamente tan idénticos, que parecemos rostros calcados en el reverso y el anverso de la misma hoja.[...] Nosotros, los argentinos, deberíamos aprender a bajar dos cambios en la retórica del por qué y preguntarnos, de verdad, quién carajo nos ha hecho tanto daño. (Cuando Argentina mete un gol, los diputados se suben el sueldo porque todos estamos saltando.) Deberíamos matar de una vez al padre de todas nuestras miserias. Aprender de los españoles, al menos, esa mínima enseñanza.Y ellos, está claro, deberían saber que ya es hora de sentarse en el diván, entrecerrar los ojos y empezar a preguntar por qué.
Nazareth Castellanos: “Casi la mitad del tiempo nuestro cerebro es un vagabundo”Solemos pensar en él como un ente invariable e indiferente a las demás zonas del cuerpo. Pero esta neurocientífica que estudia su interacción con el corazón, el intestino y otros órganos, lo tiene claro: nuestra fábrica de pensar es una infinita caja de sorpresas.BORJA HERMOSOMadrid - 14 OCT 2022 - 05:40 CESTNazareth Castellanos (Madrid, 45 años) es licenciada en Física teórica y doctora en Neurociencia por la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid. Se formó y trabajó en prestigiosas aulas y laboratorios de Alemania, Inglaterra y España. Pero un buen día, hace años, cayó en la cuenta de algo: avanzaba como un turborreactor en sus conocimientos técnico-científicos, sí…, pero se había estancado del todo en el conocimiento de su propio yo. Aquello la perturbaba, y dijo “basta”. No es del todo así, porque siguió y sigue investigando —en la actualidad dirige el proyecto Interacción Cerebro-Cuerpo durante la Meditación, bajo los auspicios de la Universidad Complutense—, pero decidió que había que contar, además de los qués, los cómos, los porqués y los para qués. Así que, mientras seguía haciéndose a sí misma todas las preguntas del mundo mediante la práctica de la meditación, se puso a ofrecer algunas respuestas en conferencias, coloquios y mesas redondas. También se puso a escribir libros sobre las relaciones entre el cerebro, el corazón y los demás órganos del cuerpo, como Alicia y el cerebro maravilloso o El espejo del cerebro. El más reciente de ellos es Neurociencia del cuerpo. Cómo el organismo esculpe el cerebro (editorial Kairós).“La mente puede ser el infierno o el paraíso”. John Milton, siglo XVII. ¿De qué depende?Yo creo que depende de un equilibrio, es una balanza. Uno de los conceptos que más me gustan dentro de la neurociencia cognitiva, que es esa relación entre mente, materia y cuerpo, es ese, el de balanza. Por una parte están las influencias y las condiciones, que pertenecen más al ámbito científico, pero por otra están la voluntad y el esfuerzo, cosas que no estudiamos desde el punto de vista científico y que cada vez inculcamos menos en las escuelas. La voluntad y la intención son lo que nos distingue de otros seres. Y a veces llevan al infierno. Aunque es verdad que hay situaciones que son el infierno y no te has metido tú en ellas.Hay bastantes infiernos en llamas… ¿Igual los medios estamos siendo un poco alarmistas?Pues sí, a mi juicio, la visión que están dando los medios es excesivamente dramática. Todo es horrible, es un contexto dramático, todo es incertidumbre… Cuidado: incertidumbre es que no sabes lo que va a pasar, pero, en cambio, se habla de un modo muy determinista, en el sentido de que todo es y va a ser catastrófico. Es como una especie de profecía que se autocumple. Estamos manipulando mucho a las personas y llevándolas a resaltar solo lo mal que estamos.La tentación del “estamos peor que nunca”.Pero estamos mejor que nunca.Bien, bien… no. Mejor que en la Edad Media, desde luego.¡No hace falta irte a la Edad Media! ¿Alguien se cree que con anteriores pandemias, con la gripe española, por ejemplo, iba el Estado allí a ayudar a que los profesores se organizaran, a que las empresas pudieran recibir ayuda, a que hubiera una mínima asistencia sanitaria para todos? Pues no, la gente se las apañaba y punto. Nadie dice esto, y al que lo dice le acusan de ingenuo y de frívolo. Yo he pasado mucho tiempo estudiando recuperación de daño cerebral, y he visto cerebros en muy mal estado cuya plasticidad neuronal ha mejorado muchísimo, pero muchísimo, en seis meses.Perdón, ¿qué es la plasticidad neuronal?Es la capacidad que tiene el cerebro de reorganizarse. El gran descubrimiento de Ramón y Cajal fue que nuestro cerebro está formado por neuronas que no se tocan. Es la teoría neuronal. Y él descubrió que el cerebro tiene la capacidad de ser plástico. Antes de eso se pensaba que el cerebro no cambiaba nunca. Pero sí cambia, y evoluciona.Es más, no creo que los de esta mañana seamos los de esta tarde.Y eso me encanta. Mira el cerebro de los actores…, tienen la capacidad de instaurar la personalidad de su personaje.¿Cambiamos mucho más de lo que pensamos, entonces?Por supuesto, pero no lo vemos.Pues no parece que a la gente le guste mucho que uno cambie.Nos gustan las personas que nos parecen coherentes. ¡Pero claro, coherentes para mí! ¡Que no me cambien el mundo! En el fondo se trata de miedo a la incertidumbre. Tenemos ansia de encajarlo todo. Ahí influyen mucho los medios, y las películas, y las series de televisión. Todo esto es algo que yo ahora estoy estudiando mucho.¿Qué cosa?La influencia que tiene todo lo que nos rodea, lo permeables que somos. Ahora estoy con un proyecto precioso sobre la interacción entre los cuerpos.¿Interacción? ¿En qué consiste?Nuestros cuerpos ahora mismo se están comunicando, en esta conversación, y no solo con la palabra. Los cuerpos hablan, se comunican el cerebro y los sistemas nervioso, cardiaco y endocrino. Esto se llama reciprocidad fisiológica: por ejemplo, tú llegas a casa, has vuelto de trabajar y estás superestresado, con unos niveles de cortisol tremendos. Llegas y dices: “Vale, me voy a calmar”. Vale, pero tu cuerpo está lleno de esa hormona. Y el cuerpo de tus hijos —debido a que son tus hijos— lo recibe, y se empiezan a poner un poco más nerviosos. Es como un virus.¿Se contagia?Desde luego.Suena increíble.Son estudios científicos demostrados. Y en el caso de una madre, la reciprocidad se da por igual con un hijo o con una hija. En el caso del padre, se contagia más a la hija.Cuesta creerlo…Somos esponjas. Y tu corazón y tu cerebro actúan de una forma que llega a tus hijos. Si estás bien y tienes altos tus niveles de oxitocina, suben también los de ellos. No solo ocurre con los hijos, claro. En el trabajo podemos impactar sobre los demás. Si mi compañero de oficina está de mala leche, eso puede impactar en mí. Vivimos en un entorno, y eso hay que tenerlo presente, aunque a veces la medicina nos aísle mucho y parezca que vivimos en el cosmos.Para un lego en la materia, eso de que los cerebros y los corazones interactúan suena a ciencia ficción…Pues es así. Imagina que han hecho una foto de nuestros cerebros hace media hora y que han vuelto a hacerla ahora, que llevamos ya media hora hablando. Se parecen cada vez más. Se copian.¿Habla en serio?Es que, si no, no nos podríamos comunicar. Comunicarse es incorporar al otro. Podría enseñarte imágenes increíbles. Se llama sincronización de fase intercerebral.Pero ahí la voluntad jugará un papel. ¿O esa comunicación y esa incorporación se establecen de manera totalmente involuntaria?Todo es un baile entre lo voluntario y lo involuntario. El filósofo Henri Bergson definía la vida como la libertad insertándose en la necesidad. Eso es la meditación, por ejemplo: un baile entre lo voluntario y lo involuntario. Tú estás ahí, queriendo meditar, ¡pero te acuerdas de que tienes que poner una lavadora!¿La banqueta donde uno se sienta a meditar se parece al diván donde se tumba para la terapia?Son opuestos. La diferencia está clara. En la terapia te analizan, en la meditación te escuchas.Dicen que lo más importante para meditar es no tener expectativas y no esperar resultados. ¿Es así?Es verdad. Las expectativas son un gran obstáculo para meditar. Es lo que más hace abandonar a la gente. Fui una vez a un retiro de meditación de 12 días en Nepal. Antes de empezar, preguntaron: “¿Quién de aquí espera haber aprendido algo?”. Algunos levantaron la mano. “Bueno, pues se les va a devolver el dinero y ya se pueden ir”.Seguramente esta es una reflexión muy tonta, pero estoy pensando en que para estudiar cómo funciona el cerebro, hay que echar mano… del cerebro. No deja de ser un proceso curioso.Un poeta escribió: “Intentar abrir el cofre que contiene la llave que abre el cofre”. Y cuando estoy estudiando o investigando, me digo: “Qué gracia, estoy estudiando cómo funciona mi cerebro para que yo esté estudiando”.Frente a ese “centrarse en algo concreto”, como es una investigación científica, usted habla del “vagabundeo mental”. ¿Puede explicarlo?Es uno de los conceptos más interesantes en torno a la actividad cerebral. [El escritor y sacerdote] Pablo d’Ors decía que hay que pasar de ser un vagabundo a ser un peregrino. En el cerebro existen esos dos estados. Según un estudio de la Universidad de Harvard, casi la mitad del tiempo —más o menos un 47% del tiempo en que estamos despiertos— nuestro cerebro es como un vagabundo. Y de vez en cuando, por ejemplo, cuando investigamos o cuando practicamos meditación, se convierte en peregrino. Y está claro que el cerebro necesita vagabundear, perderse…, ¡pero el 47% es excesivo! Eso es lo que la Universidad de Harvard identifica como una de las mayores fuentes de insatisfacción vital: ese vagabundeo hace que nos sintamos a la deriva. Lo hizo en un artículo publicado en 2010 en la revista Science titulado A Wandering Mind Is an Unhappy Mind [una mente divagante es una mente infeliz].Pero desde un punto de vista neuronal, ¿qué es vagabundear?Es un estado que se llama red neuronal por defecto (RND). La persona que lo descubrió en 1990, Marcus Raichle, de la Universidad de Washington, lo define como “el ruido de fondo del universo”. Durante ese estado, que es espontáneo, el cerebro empieza a generar actividad de forma estocástica, es decir, al azar. Se llaman “sueños diurnos”. Igual te preguntan: “¿En qué piensas?”, y tú respondes: “En nada”, porque no eres consciente. Sin embargo, ahí dentro hay una vorágine descomunal. Ahora bien, de todas esas funciones que hace ese “vagabundeo”, se calcula que solo un 30% es indispensable. El resto se ha comprobado que no sirve para nada, que es una disipación de energía enorme. Todo eso tiene implicaciones en las enfermedades neurodegenerativas: cuanto más tiempo pasas en ese estado a lo largo de tu vida, más probabilidades tienes de tener depósitos de placas de beta-amilo, que es lo que tienen las personas con alzhéimer o con demencia.Esa divagación mental, esa disipación de energía, provocará grandes dosis de frustración…Exacto. Todo ese diálogo interior tiene que ver, por ejemplo, con el narcisismo, con la ansiedad, con una peor valoración de lo que te rodea… porque, en el fondo, se generan muchos pensamientos que son mejores que la realidad.Y de ahí los castillos en el aire, los cuentos de la lechera…Eso es, de repente la mente choca con “madre mía, esto no es lo que yo creía, no todo es tan guay”.¿Por qué se genera esa divagación mental, o qué la genera?Es una actividad espontánea del cerebro, no se sabe qué la genera. Bueno, hoy en día sí se sabe que una de las fuentes es el propio organismo, lo que pasa dentro de él, y entre otros lugares, dentro del intestino. De ahí la importancia que tienen la dieta y el ejercicio físico. Yo no voy a tener hoy el mismo cerebro si he desayunado un dónut con una coca-cola que si he desayunado un café y un buen pan con aceite de oliva.O sea, que las guarrerías alimentarias también influyen en nuestro cerebro. Quién lo iba a decir.Ya se sabe que el cerebro regula estómago e intestino. Si estás nervioso, puedes tener problemas digestivos. Vale. Pero en nuestro cuerpo, son más poderosos los ejes de abajo hacia arriba que los de arriba hacia abajo. Comemos algo, ese algo está media hora procesándose en el estómago y empieza a pasar al intestino. Allí está toda la microbiota intestinal, todos esos microorganismos que no solo tienen la función de ayudar a captar los nutrientes, sino que además informan al cerebro y organizan parte de los neurotransmisores, regulan los factores de crecimiento neuronal, por ejemplo para el aprendizaje, y determinan el estado de ánimo. Hay estudios que han identificado cómo, en los niños, una mala dieta es proporcional al número de rabietas. Y en los adultos, igual. Así que, en definitiva, lo que comemos afecta a zonas del cerebro.Bueno, el eslogan Mens sana in corpore sano no es de ayer…Desde luego. Es que si ya el día a día es difícil de por sí, si además le echamos gasolina al fuego con el tema de la alimentación… o, por ejemplo, respirando mal…¿Respiramos mal?Sí, respiramos por la boca, o nuestra espiración es más corta que la inspiración. Eso provoca situaciones estresantes. Si la espiración es más larga, el cerebro controlará más la respuesta endocrina ante el estrés. La espiración tiene que ser al menos el doble que la inspiración. ¿Por qué? Porque cuando yo inspiro, el cerebro se activa, y cuando espiro, se relaja. Pero casi nadie lo hace bien.Cuántas cosas que no vemos, ni olemos, ni sentimos, sin embargo, nos pasan y explican eso de “uf, qué mal día tengo hoy”, ¿no?Pues sí. Por eso somos vagabundos de nuestro cuerpo. Pero vaya, que esto de cómo la respiración influye en los estados mentales ya lo sabían hace 3.000 años en la antigua India con las técnicas pranayama para el yoga. Pero hay una gran arrogancia occidental con las medicinas antiguas y parece que lo hemos inventado todo nosotros hace poco. Es un desprecio que viene del desconocimiento. Se debería hablar de “medicinas”, no de “la medicina”…, sería más humilde. La medicina china tiene miles de años, y no se habría mantenido si no hubiera sido efectiva.Esas conexiones que usted y otros identifican entre cerebro, corazón y otras regiones del organismo, ¿son bien vistas por todo el mundo científico?Hay cosas que la ciencia no puede explicar al 100%, y entonces intervienen factores filosóficos. El mundo científico a veces es frío, y a mí me parece peligrosa esa frialdad. Eso no es ciencia, eso es técnica, por muy sofisticada que sea. Yo tengo un ordenador que mide 1.000 veces al segundo lo que hace el cuerpo en 7.000 puntos diferentes. Increíble, ¡pero yo eso no se lo puedo contar a mi madre! O sea, que ahí nos encontramos una puerta cerrada. Para mí, el verdadero científico es el que obtiene datos y los transforma en conocimiento. A veces la gente quiere explicaciones más profundas, y como la ciencia no se quiere pronunciar, deja lugar a veces a la charlatanería. Yo he vivido esta revolución, y a mí y a otros nos han llamado de todo por sugerir estas cosas. Era una locura.¿Y se lo siguen llamando?No, claro, porque Harvard, la University College de Londres y otras universidades han dicho que esto era así…En su libro infantil Alicia y el cerebro maravilloso [Penguin Random House], usted sostuvo que a ser feliz se aprende. ¿No es mucho sostener?Claro que se aprende.En el caso de que exista como tal. La felicidad, así como concepto absoluto, quiero decir.La felicidad se aprende cuando aprendemos a cuidarnos. Para mí, está relacionada con un concepto que tendríamos que desarrollar mucho más en la sociedad, que es el de la intimidad. Pascal decía que un gran problema de la humanidad es que no sabemos estar con nosotros.Igual nos da miedo.Claro. En Harvard hicieron un experimento tremendo. Metieron a un grupo de personas en una sala con paredes blancas, sin nada. Les dijeron: “Puedes estar un minuto o una hora; lo único que tienes que hacer es mirar hacia dentro, ver tus propios pensamientos”. La gente aguantó de media seis minutos. El 72% definió la situación como desagradable. La conclusión del experimento fue: es muy duro estar con alguien que no conoces.
Marjan Bouwmeester: “El miedo a la soledad puede ser politizado y manipulado”https://elpais.com/ideas/2022-11-04/marjan-bouwmeester-el-miedo-a-la-soledad-puede-ser-politizado-y-manipulado.htmlLa filósofa holandesa indaga sobre uno de los sentimientos que más nos acecha. A todos, en algún momento, nos tocará. Mejor estar preparadosP. ¿El miedo a la soledad puede ser manipulado políticamente?R. Todo miedo puede ser manipulado. El miedo es una energía que puede ser politizada y es algo peligroso. Puede ser usado para intentar volver a una forma de vida con valores más tradicionales y yo no quiero volver a una vida en la que tenga que desempeñar el papel tradicional de la mujer. Creo que debemos resistirnos a ello.P. ¿Cómo lo combatimos?R. No perdiendo la cabeza, ateniéndonos a los hechos. Mirar lo que está pasando de verdad, no dejarse inundar por el miedo a cosas que podrían pasar o que pueden haber pasado en otro lugar. Mira a tu alrededor. ¿Es realmente necesario sentir ese miedo? Hay que mantenerse sereno. Otra respuesta al miedo es el amor y la esperanza. Y puede sonar muy espiritual, pero creo que es verdad. Practica el amor, la esperanza. No practiques el miedo. No cultives el miedo, cultiva la esperanza.
El increíble arte de traducir las lenguas prerromanas sin una piedra RosettaEl epigrafista Manuel Gómez-Moreno descifró a medidos del siglo XX la escritura de los pueblos de Hispania, lo que permite leer inscripciones como el reciente hallazgo de la Mano de IrulegiJean-François Champollion (1790-1832), considerado el padre de la egiptología moderna, ha pasado a la historia por ser el primero en descifrar, hace dos siglos, en 1822 la escritura jeroglífica, gracias al estudio de la piedra Rosetta, un mismo texto en tres idiomas (egipcio jeroglífico, escritura demótica, propia de la casta sacerdotal, y griego) que fue hallado en 1799 durante las campañas napoleónicas en Egipto. Por ello, el nombre del genial epigrafista francés se recuerda en múltiples artículos, libros, estudios, películas, documentales, estatuas, calles... Sin embargo, no ocurre lo mismo con el granadino Manuel Gómez-Moreno (1870-1970), que descifró las escrituras prerromanas a mediados del siglo XX ―pero sin piedra Rosetta de por medio― armado solo con cuadernos y lápices. Su nombre vuelve así a primer plano tras el reciente hallazgo de la llamada Mano de Irulegi cerca de Pamplona, un objeto de hace 2.100 años, con 40 caracteres en la lengua protovasca y la traducción de su primera palabra (sorioneku, buen augurio) por parte de los catedráticos Javier Velaza y Joaquín Gorrochategui. ¿Cómo pudieron estos desentrañar su significado?Los cinco grandes idiomas (lusitano, celtíbero, íbero, protovasco y tartésico) que se hablaban en el momento en que los romanos desembarcaron en la península (218 a. C.) pueden ser leídos e interpretados gracias a epigrafistas como el marqués de Valdeflores (1722-1772), Gómez-Moreno y Antonio Tovar (1911-1985), si bien aún restan muchas dudas e incógnitas que es necesario despejar. Martin Almagro Gorbea (Barcelona, 76 años), excatedrático de Prehistoria y especialista en protohistoria ibérica, lo resume así: “Actualmente, solo se discute si en un texto pone ‘esta es la estela de Fulano’ o si, por el contrario, hay que traducirlo como ‘aquí está enterrado Fulano’. Y se lo debemos, en gran parte, a Gómez-Moreno, el gran epigrafista español”.La península Ibérica siempre fue una especie de reservorio de lenguas indoeuropeas y no indoeuropeas. Al estar en el Finisterre del continente y, por lo tanto, alejada de los grandes flujos migratorios occidentales, sus idiomas se mantuvieron arcaizantes y con escasos cambios. Los habitantes de Hispania, dividida en dos grandes masas terrestres (atlántica y mediterránea), estuvieron fuertemente cohesionados por razones comerciales, lo que provocó que muchos de ellos fueran posiblemente bilingües. Por ejemplo, los rebaños de los pastores trashumantes celtíberos del norte pastaban en invierno en el meridional Tartessos o Gadir, una ciudad eminentemente mediterránea, pero en pleno Atlántico.En el tercer milenio a. C., gentes indoeuropeas procedentes de Ucrania y del sur de Rusia penetraron en el Báltico, generando las lenguas germánicas del norte de Europa, mientras que los que se desplazaron hacia el Oeste dieron lugar a las célticas. El hecho de que este grupo humano portase el grupo genético R1b ―que les permitía, por ejemplo, asimilar de adultos las proteínas de la leche y acumular grandes reservas de ferritina, lo que facilitaba su supervivencia y expansión― ha llevado a los investigadores a seguir su rastro lingüístico en Hispania y Europa. Así han determinado que los protoceltas se asentaron en la Península en forma de mosaico por toda el área atlántica y con ellos llegó el idioma que los lingüistas denominan lusitano. Cuando apareció la escritura, dos milenios después, su huella idiomática se hizo visible desde el norte peninsular hasta sierra Morena.En las zonas mediterráneas, en cambio, se hablaba la lengua ibérica. Este idioma procedía de Anatolia (Turquía) y se extendió en el quinto milenio por el Mediterráneo occidental. Se impuso en el Levante español, Jaén y Andalucía Oriental, donde coincidió con la cultura del Argar y la prototartésica, que tenía su propio idioma, el tartésico (zona de Huelva y sur de Portugal). La lengua ibérica se relacionó por contacto, además, en el norte peninsular con el protovasco, aunque este último también puede estar interconectado con el protosardo.En el 1200 a. C, por los pasos orientales de los Pirineos irrumpieron gentes de una cultura celta conocida como de los campos de urnas, nombre que reciben porque tenían la costumbre de incinerar a sus muertos y enterrarlos dentro de vasijas en amplias necrópolis. En su expansión alcanzaron la zona del alto Jalón (Zaragoza), el Sistema Ibérico, Soria y Guadalajara. Son lo que se conoce como celtíberos, un grupo humano que se impuso en estas áreas a los celtas más antiguos que llevaban siglos asentados en la Península. Su lengua, el celtibérico, está muy próxima, por tanto, a los idiomas celtas de Europa, aunque debido a su ubicación geográfica no evolucionó tanto como sus hermanos: el celta galo o el celta gaélico. Estos celtíberos se desplazaron luego hacia el occidente peninsular ―eran ganaderos― con lo que absorbieron lingüísticamente a otros pueblos ibéricos de esas áreas, como los vacceos o los vetones, que se celtiberizaron. Se extendieron hasta una imaginaria línea que va de las actuales Astorga a Mérida.Al oeste de esta franja, se mantuvo, en cambio, la lengua indoeuropea de los lusitanos, en lo que hoy es Galicia, Portugal y Extremadura. Su idioma tenía, como el español, solo cinco vocales. De esta lengua solo se conservan cien palabras, a medio camino entre el celta y el itálico, por lo que su interpretación resulta todavía difícil. Posiblemente, sea una lengua que desgajó cuando el celta y el itálico no se habían diferenciado aún con las primeras migraciones. A diferencia del resto de pueblos ibéricos, los lusitanos solo empezaron a escribir una vez conquistados por las legiones de Roma. De hecho, existen algunas inscripciones de sacerdotes lusitanos con instrucciones rituales, pero con un prólogo en latín. Este idioma fue identificado por Antonio Tovar en los años cincuenta del siglo pasado.Las élites íberas, al contrario, sí conocían la escritura: la tomaron de los tartésicos en el siglo VI a. C. ―mantenían relaciones comerciales con ellos―que, a su vez, la adaptaron de los fenicios hacia el siglo VIII a. C. Este alfabeto desarrolla un sistema semisilábico, que consiste en escribir vocales y consonantes líquidas y nasales con un solo signo, pero también usa un único signo para las sílabas oclusivas (sistema silábico). La escritura ibérica se divide, a su vez, en meridional (Andalucía, Murcia y Alicante) y levantina (de Valencia al Rosellón, en Francia).Los celtíberos, por su parte, copiaron la escritura de los íberos, de tal manera que es la misma prácticamente con solo algunas variaciones. El descubrimiento de la Mano de Irulegi en Navarra, 40 signos, demuestra que los protovascos tomaron ―también con algunas variaciones para reproducir sonidos propios de su lengua― la escritura de los celtíberos. La lengua vascona se hablaba al sur de los Pirineos, entre Jaca y Navarra hasta Aquitania (sur de Francia), no en el actual País Vasco, cuyos habitantes se entendían en celta, como demuestran los nombres de los accidentes geográficos (Deva o Nervión, por ejemplo). Lo que ahora es Euskadi solo se vasquizó lingüísticamente durante la Edad Media, por lo que este territorio fue conocido desde entonces como Las Vascongadas, que significa las tierras que se vasquizaron.¿Pero cómo es posible interpretar todas estas lenguas sin piedra Rosetta? El primero que identificó la lengua celtibérica fue el marqués de Valdeflores, Luis Joseph Velázquez de Velasco y Cruzado, en el siglo XVIII. Escribió un tratado sobre sus signos gracias a las monedas que logró identificar de la época. Pero el espectacular salto se produjo con los estudios de Manuel Gómez-Moreno, que cotejó las inscripciones de las monedas celtíberas con las romanas de una misma ciudad. De tal manera que el nombre de poblado escrito en las dos piezas numismáticas permitía comparar las dos escrituras y llegar a entender sus símbolos. De todas formas, su gran aportación fue descubrir el sistema semisilábico (alfabeto compuesto por letras y sílabas). El lusitano, por su parte, fue desentrañado por Tovar años después.El alemán Jürgen Untermann (1918-2013) recopiló un vocabulario en sus Monumenta linguarum Hispanicarum de todas las palabras desentrañadas de la península Ibérica. Así, del lusitano se conocen un centenar, del tartésico unas decenas ―porque casi no se han hallado inscripciones―, del ibérico y del celtibérico casi un millar de cada una.¿Y de todas estas palabras cuántas se entienden? “Se lee con seguridad el 80% de las celtibéricas y el 60% de las ibéricas, mientras que del tartésico, muy pocas porque los expertos no se ponen de acuerdo si es una lengua indoeuropea mezclada con elementos antiguos. Del lusitano se entiende el 60%. Pero esto no significa que se hayan desentrañado los idiomas en este porcentaje, sino que somos capaces de leer en esos tantos por ciento los textos que hemos encontrado”, explica Martín Almagro.Actualmente, los expertos están intentando realizar avances a través de la inteligencia artificial. “Primero se están haciendo los corpora [bases de datos de las palabras identificadas] y, cuando los tengamos, se meterán en los ordenadores. Hay lingüistas trabajando en ello, pero si no tienes datos, no se puede avanzar. La arqueología está atrasada en esto. Seguimos buscando monedas mirándolas en los libros. Lo lógico sería ponerlas en un escáner y encontrar paralelos”, añade el catedrático.Existe una base de datos (hesperia.ucm.es) que pone a disposición de los interesados todo lo que los lingüistas conocen del tartésico, celtíbero, íbero y protovasco. Es de acceso libre y en sus mapas se puede localizar y leer todo lo que se sabe de las inscripciones encontradas. No incluye traducciones, pero sí la descripción de los objetos (de monedas a lápidas) con las palabras grabadas en ellos y el contexto arqueológico en que fueron halladas.
Edgar Morin es un hombre con una misión. Una misión inacabada, inaplazable, ineludible: transmitir sus ideas, compartir sus conocimientos, ofrecer un legado lo más nutrido posible. La producción intelectual le mantiene lúcido y alerta a sus 101 años. Le alimenta. Le conserva: se ve a sí mismo “poseído” frente a su ordenador cada vez que se enfrenta a un libro o un artículo. En su libro Lecciones de un siglo de vida, confiesa que fue mal hijo y mal padre. No mal esposo, dice. Ni mal pensador.(...)P. En su libro Lecciones de un siglo de vida dice usted que es fundamental tener una vida poética.R. No se puede vivir poéticamente todo el rato. La vida es una lucha entre prosa y poesía. La prosa son las cosas aburridas, las que tienes que aguantar. La poesía es ese estado de encantamiento, de comunión, de disfrute, el que te da el amor por otro, la amistad colectiva, una obra de arte… Cada uno de nosotros debe intentar cultivar la parte poética de la vida porque eso es vivir. Lo otro es solo supervivencia.P. ¿Qué es lo que más le sorprende de la forma de vida contemporánea?R. En las grandes ciudades, sobre todo, el anonimato. Yo viví en mi juventud una época en que los vecinos no solo hablaban entre ellos, sino que se ayudaban, charlabas con el dependiente de la tienda… Hoy asistimos a la destrucción de la convivencia. Algo queda, con los amigos, con la familia. Además del anonimato, están la robotización de la vida, las obligaciones cronometradas cada vez más estrictas en el trabajo… Todo esto conduce a una degradación de la civilización, del civismo y de las relaciones humanas.P. Usted suele decir que en nuestras sociedades se está produciendo una metástasis del ego.R. El individualismo moderno ha desarrollado aspectos positivos, como la conquista de la autonomía. Pero también negativos, como el predominio de uno mismo sobre los demás. El ser humano es, por un lado, egocéntrico: debe defenderse, alimentarse y pensar en sí mismo; pero también está abierto a los demás, es comunitario, está el amor… El egocentrismo debe reducirse al mínimo vital de conservación. La fraternidad es algo capital.(...)P. En este punto de su vida, ¿cómo se define usted políticamente?R. Me defino como un hombre de izquierdas. Pero desde mi ruptura en 1951 con el comunismo, soy independiente de cualquier partido y quiero seguir siéndolo. Ser de izquierdas significa tomar elementos de tres fuentes principales, y de una cuarta: del anarquismo, el individuo libre; del socialismo, una sociedad mejor; del comunismo, una hermandad humana. Estas tres nociones se han separado y opuesto y, para mí, estas tres nociones deben estar asociadas. La cuarta es la relación con la naturaleza que nos enseña la ecología.P. ¿Y cómo se debe situar la izquierda frente a ese desarrollo económico capitalista?R. Hay que revertir la hegemonía del beneficio en todos los ámbitos donde sea posible. En agricultura, dejar progresivamente la industrializada para ir hacia una ecológica. Hay que recuperar el sentido de la solidaridad. El neoliberalismo económico tiende a destruir los servicios públicos, hay que insuflarles vitalidad. Hacen falta reformas para transformar paulatinamente la sociedad porque, en mi opinión, la revolución no es posible; al menos, tal y como ha existido, ha sido más destructiva que constructiva, pienso en la Unión Soviética o en China. Esta es una misión colectiva progresista y, por el momento, no hay ninguna fuerza política capaz de impulsarla.P. ¿No encuentra usted en ningún país una fuerza de izquierdas que le resulte interesante?R. Hubo intentos, pero duraron muy poco y fracasaron, como el Ecuador del presidente Correa; en Chile hubo un impulso, pero no concluyó; en Brasil, hubo elementos positivos, pero no funcionó. El planeta está en un proceso de regresión política generalizada: crisis de la democracia, regímenes con fachada democrática y neoautoritarios que se multiplican… No es solo el caso de Rusia, Turquía o Hungría. En Europa hay otros países amenazados, como Francia.(...)
[...] Más importante aún fue la evolución del propio juego que pasó de ser un juego de acciones individuales a un juego colectivo, del dribbling game al passing game. En un origen lo que se pretendía era lograr la acción individual más vistosa, y como apunta, Fernández Aja, pasar el balón a un compañero se consideraba una debilidad. La historiadora explica que fue la llegada de los obreros a los terrenos de juego lo que cambió radicalmente la forma de juego, conscientes de su inferioridad física frente a los equipos provenientes de las clases aristocráticas, estos jugadores de origen trabajador comenzaron a hacer pases para llegar hasta la portería rival. “Hacia 1876, el juego de pases reemplaza al dribbling game y el espíritu colectivo de los obreros suplanta también al individualismo burgués”, apunta la historiadora. Más de cien años después, una selección de jugadores españoles que no el alcanzaban el 1,75 m de media dominó el fútbol mundial durante casi una década, volviendo locos a los equipos rivales, que con jugadores mucho más fuertes, rápidos y altos que ellos eran incapaces de tocar el balón.