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https://elpais.com/sociedad/2020-10-26/el-factor-k-por-que-importa-donde-nos-infectamos.htmlThis. Por fin, CLÚSTERS. Me cago en sandiós."Un 10% de contagios puede ser responsable del 80% de los casos. En España solo el 12% de los positivos se asocia a brotes conocidos.""Japón es uno de los países que ha centrado su estrategia en la identificación detallada de cada cluster."Lectura obligatoria.Buscar asintomáticos es una estrategia de mierda.Ruego disculpen mi vocabulario, llevo ya un tiempo queriendo arrancarme la cara. Miren estos hdlgp qué hacen mientras nos encierran a los demás:https://twitter.com/electo_mania/status/1321026016173850624?s=19
Que conste que estoy en total desacuerdo con la gestión que estamos haciendo del covid en España y de acuerdo con lo que dice el artículo.
JPEG - 32.9 KBEl presidente francés, Emmanuel Macron, designó a dos periodistas estelares de las televisoras France2 y TF1 para que lo entrevistaran sobre la epidemia de Covid-19. Durante la entrevista, Macron anunció la imposición de un toque de queda como medida sanitaria. Varios países occidentales estiman que están enfrentando una nueva ola epidémica de Covid-19. La ciudadanía, que ya ha sufrido mucho –no tanto por la enfermedad como por las medidas adoptadas para protegerla del virus– acepta difícilmente la imposición de nuevas medidas de orden público bajo un argumento sanitario. Momento apropiado para que analicemos los comportamientos. Los gobernantes saben que van tener que rendir cuentas de lo que han hecho y lo que no. Ante la enfermedad y más aún debido a esa presión, se han visto obligados a actuar. ¿Cómo han concebido su estrategia?Para elaborarla se han apoyado en los consejos de especialistas (médicos, biólogos y expertos en estadísticas). Entre estos especialistas apareció de inmediato una división en función de sus disciplinas respectivas. Surgieron oposiciones entre los expertos de materias diferentes, de manera que los gobernantes siguieron trabajando sólo con algunos de ellos. Pero, ¿qué criterios aplicaron los gobernantes para determinar con cuáles expertos seguirían trabajando? Muchos puntos de incertitudEn muchos países, la opinión pública está convencida de:- que el virus se transmite por microgotas de fluidos provenientes de la vías respiratorias;- que la contaminación puede evitarse mediante el uso de mascarillas quirúrgicas y manteniéndose a una distancia de al menos 1 metro de sus interlocutores;- que es posible diferenciar las personas sanas de las personas enfermas recurriendo a los tests PCR. Pero resulta que los especialistas son mucho menos afirmativos. Algunos incluso afirman lo contrario:- que el virus se transmite principalmente no por las microgotas de fluidos de las vías respiratorias sino a través del aire que respiramos;- que, por consiguiente, las mascarillas quirúrgicas y el “distanciamiento social” no sirven de nada;- que los tests PCR realizados no miden los mismos parámetros en dependencia de los laboratorios, lo cual implica que las estadísticas basadas en esos resultados son como sumar manzanas y peras. O sea, a pesar de los mensajes tranquilizadores de las autoridades, aún reina la mayor confusión sobre las características de esta epidemia. ¿Qué hacer?Los gobernantes estaban ante un problema nuevo, sin disponer de ningún tipo de formación profesional que los hubiese preparado para enfrentarlo, así que recurrieron a especialistas. Si bien los primeros especialistas les aportaron consejos claros, todo se hizo más complicado cuando otros especialistas comenzaron a contradecir a los primeros. Los gobernantes eminentemente políticos sólo podían reaccionar en función de su experiencia como políticos. Con el tiempo y la edad han aprendido a proponer algo un poquito mejor que el adversario político –por ejemplo, un aumento de 0,6% del salario básico en vez del 0,5% que propone el adversario–, y a encontrar después alguna excusa para justificar el no cumplimiento de su promesa. La epidemia los agarró desprevenidos y estos políticos se lanzaron a querer hacer más que sus vecinos –tratando de demostrar su propia superioridad. Lo que hicieron sobre todo fue esconder su propia incompetencia recurriendo a medidas autoritarias. Los gobernantes tecnócratas sólo podían reaccionar siguiendo la experiencia de su rama burocrática ante catástrofes de gran envergadura. Pero es difícil adaptar a una crisis sanitaria la experiencia adquirida frente a inundaciones o terremotos. Por reflejo, estos gobernantes se volvieron hacia las administraciones de salud pública que ya existían. Pero los responsables políticos ya habían inventado nuevas estructuras que acabaron haciendo lo mismo que las que ya existían porque nadie fue capaz de precisar las competencias o funciones de cada una. En vez de unirse en un esfuerzo común, cada cual trataba de preservar su propio “espacio”. Si los gobernantes hubiesen sido electos teniendo en cuenta su grado de autoridad personal –o sea, tanto por su firmeza como por su grado demostrado de interés por el bien de los demás– habrían enfrentado el problema en función de su nivel cultural. En ese sentido, los gobernantes sabían que los virus necesitan a las personas que infectan para vivir. Por muy mortal que pueda ser el Covid-19, durante las primeras semanas de su aparición no iba a acabar con la humanidad sino más bien iba a adaptarse a los seres humanos, su letalidad descendería rápidamente y ya nunca habría otro “pico epidémico”. La idea de una «segunda ola» les parecía altamente improbable. Nunca, desde que la ciencia comenzó a diferenciar los virus de las bacterias, nunca se ha observado una enfermedad viral en varias “olas”. Lo que estamos viendo ahora –en Estados Unidos, por ejemplo– no son pequeñas olas adicionales sino la llegada del virus a nuevas poblaciones a las cuales no se había adaptado aún. La acumulación nacional de cantidades de enfermos esconde una repartición geográfica y por sectores sociales. Por otro lado, al no saber cómo se transmite el virus, los gobernantes supondrían que lo hacía como todas las demás enfermedades respiratorias: no a través de microgotas de fluidos de las vías respiratorias sino por el aire que respiramos. Y también habrían sabido que en todas las epidemias virales la mayoría de los decesos no es imputable al virus mismo sino a las enfermedades oportunistas [1]. Por consiguiente, esos gobernantes no habrían recomendado desinfectarse las manos sino simplemente lavárselas con la mayor frecuencia posible. Y habrían velado por la instalación de puntos donde hacerlo. Esas son, por cierto, las 2 medidas principales que la Organización Mundial de la Salud (OMS) aconsejó desde el principio de la epidemia… antes de que la histeria tomara el lugar de la reflexión. Nada de mascarillas quirúrgicas, desinfecciones o cuarentenas y menos aún decretar el confinamiento de personas sanas. La ciencia no da respuestas definitivas,sólo va eliminando preguntasLa manera como se puso en escena a los científicos es muestra de una evidente incomprensión de qué es la ciencia. La ciencia no es una acumulación de saberes sino un proceso de obtención del conocimiento. Acabamos de comprobar que el espíritu científico y la práctica actual son casi incompatibles. Es absurdo exigir a científicos que sólo comienzan a estudiar un virus, su modo de propagación y los daños que puede causar, que pongan remedio a lo que todavía no conocen. Y es cuando menos pretencioso que ciertos científicos se atrevan a “responder” a tal pedido. Un cambio en el seno de la sociedadEn el momento de la aparición de este virus, la adopción de ciertas medidas podía explicarse como resultado de errores de apreciación. Por ejemplo, el presidente francés Emmanuel Macron inició la práctica del confinamiento generalizado bajo la influencia de las estadísticas catastrofistas del británico Neil Ferguson, del Imperial College of London [2]. Ferguson auguraba al menos 500 000 muertos y hay 14 veces menos, según cifras oficiales de las que ya se sabe que están por encima de la realidad. Retrospectivamente, resulta que la grave transgresión de las libertades que fue el confinamiento generalizado no estuvo justificada por los hechos. Sin embargo, la decisión de imponer un toque de queda, tomada meses después del confinamiento generalizado, es imposible de entender de parte de Estados democráticos: todos han podido comprobar que este virus ha resultado mucho menos letal de lo que se temía y que la etapa más peligrosa ha quedado atrás. Ningún dato actual justifica tal embestida contra las libertades. El propio presidente Macron ha justificado el toque de queda en Francia hablando de una “segunda ola” que no existe. Si en este momento se basa en un argumento tan poco convincente… ¿cuándo levantará esa medida? Los hechos demuestran que esta vez no se trata de un error de apreciación sino de una política autoritaria que se quiere justificar invocando una crisis humanitaria [3].Thierry Meyssan
Moncloa se replantea su participación en actos públicos tras un evento con 4 ministros las imágenes donde se puede a ver a algunos invitados sin mantener la distancia de seguridad y otros sin mascarilla.https://www.elconfidencial.com/espana/2020-10-27/evento-ministros-eventos-actos-publicos-moncloa-gobierno_2808323/
CitarMoncloa se replantea su participación en actos públicos tras un evento con 4 ministros las imágenes donde se puede a ver a algunos invitados sin mantener la distancia de seguridad y otros sin mascarilla.https://www.elconfidencial.com/espana/2020-10-27/evento-ministros-eventos-actos-publicos-moncloa-gobierno_2808323/
Covid-19: los anticuerpos disminuyen rápidamente después de la infecciónUn estudio afirma que la inmunidad al covid-19 puede ser de corta duración y arroja nuevas dudas sobre la idea de que una población pueda desarrollar la inmunidad colectiva de forma naturalhttps://www.abc.es/salud/enfermedades/abci-covid-19-anticuerpos-disminuyen-rapidamente-despues-infeccion-202010271408_noticia.htmlLos resultados del estudio REACT-2, difundidos ayer por investigadores del Imperial College de Londres (Reino Unido), son una nueva evidencia que muestra que la inmunidad al covid-19 puede ser de corta duración y arrojan más dudas sobre la idea de que una población pueda desarrollar la inmunidad colectiva de forma natural.El estudio sugiere que la respuesta del sistema inmunológico al virus es similar a su reacción a la gripe y otros coronavirus como el resfriado común, que se pueden contraer anualmente.«Es un nuevo contratiempo para la idea de que la inmunidad colectiva se puede lograr mediante la inmunidad natural», dijo Helen Ward, profesora de salud pública en Imperial y coautora del estudio.Los datos van en la misma línea de otros estudios publicados en China, Reino Unido y EE. UU., que encontraron que los niveles de anticuerpos de las personas que había tenido covid-19 disminuyeron dos meses después de la infección.En este caso, el equipo del Imperial College descubrió que el número de personas que dieron positivo en anticuerpos se redujo en un 26% entre junio y septiembrene comparación con los datos obtenidos entre junio y julio.Por ello, aseguran que la inmunidad parece estar disminuyendo y existe el riesgo de reinfección.Hasta ahora, más de 350.000 personas en Inglaterra se han realizado una prueba de anticuerpos como parte del estudio REACT-2. En la primera fase, a finales de junio y principios de julio, alrededor de 60 de cada 1.000 personas tenían anticuerpos detectables. Pero los nuevos datos, de septiembre, indican que solo 44 de cada 1.000 personas tenían anticuerpos.Además, la reducción fue mayor en las personas mayores de 65 años y en aquellos sin síntomas.El informe muestra también que el número de profesionales de la salud con anticuerpos se mantuvo relativamente alto, lo que los investigadores interpretan que puede deberse a la exposición regular al virus.Pero esto no quiere decir, forzosamente, que no se esté protegido frente a una nueva reinfección, porque a día de hoy no se sabe exactamente qué significa la caída de anticuerpos para la inmunidad. Hay otras áreas del sistema inmunológico, como las células T, que también pueden desempeñar un papel.Sin embargo, los investigadores advierten que los anticuerpos tienden a ser muy predictivos de quién está protegido.Los investigadores dicen que sus hallazgos no frustran las esperanzas de una vacuna, que puede resultar más eficaz que una infección realHay otros cuatro coronavirus humanos, que contraemos varias veces a lo largo de nuestras vidas. Causan síntomas de resfriado común y pueden volver a infectarnos cada seis o 12 meses.Paul Elliott, director del estudio REACT-2, dijo a BBC que no sería correcto sacar conclusiones firmes del estudio sobre el impacto de una vacuna. «La respuesta a la vacuna puede comportarse de manera diferente a la respuesta a la infección natural», añadió. Aunque, continuó, que es posible que algunas personas necesiten dosis de refuerzo para aumentar la inmunidad que se desvanece con el tiempo.
Que conste que estoy en total desacuerdo con la gestión que estamos haciendo del covid en España y de acuerdo con lo que dice el artículo.En ese caso, ¿qué clusteres tenemos en España después de las últimas cacicadas? Quitando el transporte público, ¿qué clusteres nos quedan? En este caso tendríamos que ver que la mayoría de los contagios se producen en aglomeraciones, pero según los datos oficiales del gobierno no es así. Tampoco explican brotes en ciudades pequeñas o pueblos (pero sí explicaría por qué todo el mundo se contagia en las residencias de ancianos y no en el centro de día que está al lado).
Parece que en todos lados cuecen habasCitarJPEG - 32.9 KBEl presidente francés, Emmanuel Macron, designó a dos periodistas estelares de las televisoras France2 y TF1 para que lo entrevistaran sobre la epidemia de Covid-19. Durante la entrevista, Macron anunció la imposición de un toque de queda como medida sanitaria. Varios países occidentales estiman que están enfrentando una nueva ola epidémica de Covid-19. La ciudadanía, que ya ha sufrido mucho –no tanto por la enfermedad como por las medidas adoptadas para protegerla del virus– acepta difícilmente la imposición de nuevas medidas de orden público bajo un argumento sanitario. Momento apropiado para que analicemos los comportamientos. Los gobernantes saben que van tener que rendir cuentas de lo que han hecho y lo que no. Ante la enfermedad y más aún debido a esa presión, se han visto obligados a actuar. ¿Cómo han concebido su estrategia?Para elaborarla se han apoyado en los consejos de especialistas (médicos, biólogos y expertos en estadísticas). Entre estos especialistas apareció de inmediato una división en función de sus disciplinas respectivas. Surgieron oposiciones entre los expertos de materias diferentes, de manera que los gobernantes siguieron trabajando sólo con algunos de ellos. Pero, ¿qué criterios aplicaron los gobernantes para determinar con cuáles expertos seguirían trabajando? Muchos puntos de incertitudEn muchos países, la opinión pública está convencida de:- que el virus se transmite por microgotas de fluidos provenientes de la vías respiratorias;- que la contaminación puede evitarse mediante el uso de mascarillas quirúrgicas y manteniéndose a una distancia de al menos 1 metro de sus interlocutores;- que es posible diferenciar las personas sanas de las personas enfermas recurriendo a los tests PCR. Pero resulta que los especialistas son mucho menos afirmativos. Algunos incluso afirman lo contrario:- que el virus se transmite principalmente no por las microgotas de fluidos de las vías respiratorias sino a través del aire que respiramos;- que, por consiguiente, las mascarillas quirúrgicas y el “distanciamiento social” no sirven de nada;- que los tests PCR realizados no miden los mismos parámetros en dependencia de los laboratorios, lo cual implica que las estadísticas basadas en esos resultados son como sumar manzanas y peras. O sea, a pesar de los mensajes tranquilizadores de las autoridades, aún reina la mayor confusión sobre las características de esta epidemia. ¿Qué hacer?Los gobernantes estaban ante un problema nuevo, sin disponer de ningún tipo de formación profesional que los hubiese preparado para enfrentarlo, así que recurrieron a especialistas. Si bien los primeros especialistas les aportaron consejos claros, todo se hizo más complicado cuando otros especialistas comenzaron a contradecir a los primeros. Los gobernantes eminentemente políticos sólo podían reaccionar en función de su experiencia como políticos. Con el tiempo y la edad han aprendido a proponer algo un poquito mejor que el adversario político –por ejemplo, un aumento de 0,6% del salario básico en vez del 0,5% que propone el adversario–, y a encontrar después alguna excusa para justificar el no cumplimiento de su promesa. La epidemia los agarró desprevenidos y estos políticos se lanzaron a querer hacer más que sus vecinos –tratando de demostrar su propia superioridad. Lo que hicieron sobre todo fue esconder su propia incompetencia recurriendo a medidas autoritarias. Los gobernantes tecnócratas sólo podían reaccionar siguiendo la experiencia de su rama burocrática ante catástrofes de gran envergadura. Pero es difícil adaptar a una crisis sanitaria la experiencia adquirida frente a inundaciones o terremotos. Por reflejo, estos gobernantes se volvieron hacia las administraciones de salud pública que ya existían. Pero los responsables políticos ya habían inventado nuevas estructuras que acabaron haciendo lo mismo que las que ya existían porque nadie fue capaz de precisar las competencias o funciones de cada una. En vez de unirse en un esfuerzo común, cada cual trataba de preservar su propio “espacio”. Si los gobernantes hubiesen sido electos teniendo en cuenta su grado de autoridad personal –o sea, tanto por su firmeza como por su grado demostrado de interés por el bien de los demás– habrían enfrentado el problema en función de su nivel cultural. En ese sentido, los gobernantes sabían que los virus necesitan a las personas que infectan para vivir. Por muy mortal que pueda ser el Covid-19, durante las primeras semanas de su aparición no iba a acabar con la humanidad sino más bien iba a adaptarse a los seres humanos, su letalidad descendería rápidamente y ya nunca habría otro “pico epidémico”. La idea de una «segunda ola» les parecía altamente improbable. Nunca, desde que la ciencia comenzó a diferenciar los virus de las bacterias, nunca se ha observado una enfermedad viral en varias “olas”. Lo que estamos viendo ahora –en Estados Unidos, por ejemplo– no son pequeñas olas adicionales sino la llegada del virus a nuevas poblaciones a las cuales no se había adaptado aún. La acumulación nacional de cantidades de enfermos esconde una repartición geográfica y por sectores sociales. Por otro lado, al no saber cómo se transmite el virus, los gobernantes supondrían que lo hacía como todas las demás enfermedades respiratorias: no a través de microgotas de fluidos de las vías respiratorias sino por el aire que respiramos. Y también habrían sabido que en todas las epidemias virales la mayoría de los decesos no es imputable al virus mismo sino a las enfermedades oportunistas [1]. Por consiguiente, esos gobernantes no habrían recomendado desinfectarse las manos sino simplemente lavárselas con la mayor frecuencia posible. Y habrían velado por la instalación de puntos donde hacerlo. Esas son, por cierto, las 2 medidas principales que la Organización Mundial de la Salud (OMS) aconsejó desde el principio de la epidemia… antes de que la histeria tomara el lugar de la reflexión. Nada de mascarillas quirúrgicas, desinfecciones o cuarentenas y menos aún decretar el confinamiento de personas sanas. La ciencia no da respuestas definitivas,sólo va eliminando preguntasLa manera como se puso en escena a los científicos es muestra de una evidente incomprensión de qué es la ciencia. La ciencia no es una acumulación de saberes sino un proceso de obtención del conocimiento. Acabamos de comprobar que el espíritu científico y la práctica actual son casi incompatibles. Es absurdo exigir a científicos que sólo comienzan a estudiar un virus, su modo de propagación y los daños que puede causar, que pongan remedio a lo que todavía no conocen. Y es cuando menos pretencioso que ciertos científicos se atrevan a “responder” a tal pedido. Un cambio en el seno de la sociedadEn el momento de la aparición de este virus, la adopción de ciertas medidas podía explicarse como resultado de errores de apreciación. Por ejemplo, el presidente francés Emmanuel Macron inició la práctica del confinamiento generalizado bajo la influencia de las estadísticas catastrofistas del británico Neil Ferguson, del Imperial College of London [2]. Ferguson auguraba al menos 500 000 muertos y hay 14 veces menos, según cifras oficiales de las que ya se sabe que están por encima de la realidad. Retrospectivamente, resulta que la grave transgresión de las libertades que fue el confinamiento generalizado no estuvo justificada por los hechos. Sin embargo, la decisión de imponer un toque de queda, tomada meses después del confinamiento generalizado, es imposible de entender de parte de Estados democráticos: todos han podido comprobar que este virus ha resultado mucho menos letal de lo que se temía y que la etapa más peligrosa ha quedado atrás. Ningún dato actual justifica tal embestida contra las libertades. El propio presidente Macron ha justificado el toque de queda en Francia hablando de una “segunda ola” que no existe. Si en este momento se basa en un argumento tan poco convincente… ¿cuándo levantará esa medida? Los hechos demuestran que esta vez no se trata de un error de apreciación sino de una política autoritaria que se quiere justificar invocando una crisis humanitaria [3].Thierry Meyssan https://www.voltairenet.org/article211406.htmlSe ve que han dado con la clave de bóveda para el control social: la salud. Ya no es cuestión de métodos democráticos o menos democráticos. Esto ya es terrorismo new age.Por cierto, y apuntando algo al debate de las mascarillas que traían Visi y Lurker. En España pagamos un 21% de IVA en su compra, ergo.... no parece que se apueste mucho por su uso racional y efectivo, más bien lo contrario.salud
https://www.coronababble.com/post/how-the-mean-psychologists-induced-us-to-comply-with-coronavirus-restrictionsHow the MEAN psychologists got us to comply with coronavirus restrictionsIntroductionThe British public’s widespread compliance with the Government’s draconian diktats has arguably been the most remarkable aspect of the coronavirus crisis. The unprecedented restrictions on our basic freedoms – in the form of lockdowns, travel bans and mandatory mask wearing – have been passively accepted by the large majority of people. Despite the lack of evidence for effectiveness of these extreme measures, and the growing recognition of their negative consequences, it seems most of us continue to submit to the ongoing restrictions on our lives. Why have we witnessed such capitulation?A major contributor to the mass obedience of the British people is likely to have been the activities of government-employed psychologists working as part of the ‘Behavioural Insights Team’ (BIT). After outlining the structure and stated remit of the BIT, I will describe the strategies deployed by this group of psychological specialists to shape our behaviours in line with the Government’s public health approach to coronavirus. In particular, I will highlight the four main tactics used in their COVID-19 communication campaigns to ‘nudge’ us towards compliance: a focus on the MESSENGER, EGO, AFFECT and NORMS (or ‘MEAN’ as an acronym), providing specific examples to illustrate how these influencers were put to work so as to get us to obey the Government’s directives. Finally, the questionable ethics of resorting to these psychological interventions to promote compliance with an increasingly contested public health policy will be addressed. The Behavioural Insights Team – structure and remitThe BIT was conceived in the Prime Minister’s Office in 2010 as ‘the world’s first government institution dedicated to the application of behavioural science to policy’ (Hallsworth et al., 2018). It is collectively owned by the UK Government, Nesta (a charity that views itself as an ‘innovation foundation’ and a ‘champion of radical thinking’), and BIT’s own employees. According to the BIT website, their team has rapidly expanded from a seven person unit working with the UK government to a ‘social purpose company’ operating in many countries around the world. The stated aims of the BIT sound ambitious and altruistic. By working with a range of stakeholders (for example, governments and local authorities) the team aspire ‘to improve people’s lives and communities’ by applying ‘behavioural insights to inform policy, improve public services and deliver results for citizens and society’. Few would dispute that these sound like worthy goals. However, a closer inspection of the BIT’s methods raises concerns about the moral integrity of applying them for the purpose of achieving of the Government’s public health aims in regards to the coronavirus crisis. A comprehensive account of the psychological approaches deployed by the BIT is provided in the document MINDSPACE: Influencing behaviour through public policy (Dolan et al., 2010). This report – produced by the Institute of Government – states that the application of behavioural strategies can achieve ‘low cost, low pain ways of “nudging” citizens … … into new ways of acting by going with the grain of how we think and act’ (p7) (My emphasis). By expressing the process of change in this way, this statement reveals a key difference between the BIT interventions and traditional government efforts to shape our behaviour: their reliance on tools that often impact on us subconsciously, below our awareness. Historically, in addition to compulsion (via legislation and regulation), governments have used information provision and rational argument in their efforts to alter the behaviour of their citizens. Armed with the appropriate evidence about an issue – for example, the environmental cost of excess plastic – the expectation is that people rationally (and consciously) weigh up the pros and cons of each of their options and consider changing their behaviour accordingly. By contrast, many of the nudges delivered by the BIT are – to various degrees – acting upon us automatically, below the level of conscious thought and reason.Before describing the specific BIT strategies deployed to maximise our compliance with the coronavirus restrictions, it is important to emphasise that these interventions are, for the most part, underpinned by a robust evidence base drawn from the psychological sciences. As such, these are powerful tools that should always be used responsibly. The specific nudges used by the BIT The BIT rely on a range of interventions to mould our activities so as to better align with Government policy. The specific strategies employed for this purpose can be summarised by the acronym MINDSPACE (as shown below). MESSENGERWe are influenced by the source of the informationINCENTIVESWe employ predictable shortcuts such as strongly avoiding lossesNORMSWe are strongly influenced by what others doDEFAULTSWe ‘go with the flow’ of pre-set optionsSALIENCEOur attention is drawn to what is novel & seems personally relevantPRIMINGOur acts are often influenced by subconscious cuesAFFECTOur emotions powerfully shape our actionsCOMMITMENTSWe seek to be consistent with our public promisesEGOWe act in ways that make us feel better about ourselves The four most relevant nudges deployed to gain the public’s compliance with the coronavirus restrictions appear to be ‘messenger’, ‘ego’, ‘affect’ and ‘norms’ (or MEAN as a mnemonic), and specific examples of each of these strategies in action will be given below. Although described separately, these nudges often overlap and act together. Apart from MEAN, other tools from the MINDSPACE acronym have also, to some extent, been evident in the coronavirus campaign – one obvious example, the ‘incentive’ to avoid losses underpins the imposition of fines for breaking the ‘rule of six’ and the mandatory masks diktats. Messenger The characteristics of the person communicating the message will significantly influence the degree to which the recipients take heed of the information conveyed. If the messengers are perceived as possessing high levels of authority, or to be worthy of admiration, people will be more likely to believe them and follow their advice and directives. Consequently, we’ve repeatedly witnessed the senior academic duo of Professor Chris Whitty and Sir Patrick Vallance (Chief Medical Officer and Chief Scientific Advisor, respectively) inform us of the latest COVID-19 statistics and projections, notably just before the Government is about to impose further restrictions on our freedoms. Similarly – playing on the widespread respect for NHS staff – nurses in full uniform continually appear on our TV screens bombarding us with the latest Government mantras.The Government’s behavioural specialists also recognise that messages delivered by people with whom we can identify are likely to be impactful. Hence, it is not incidental that the multiple voices on TV and radio urging us to wears masks, socially distance, or download the Government’s track-and-trace app speak with a range of regional accents; to date I’ve heard Geordie, North West, West Midlands, South Western and Welsh, but I suspect this is not an exhaustive list. Similarly, the media messengers have included men and women, young and old, drawn from a variety of ethnic and socio-economic groups. EgoWe all strive to maintain a positive view of ourselves and, in so doing, exhibit cognitive biases in the way we make sense of the world. For example, to preserve a virtuous self-image, each of us routinely display what psychologists refer to as a ‘fundamental attribution error’, whereby we take the credit for good outcomes while blaming others for bad ones. This inherent drive to protect our ego, to act and think in ways that make us feel better about ourselves, has been comprehensively exploited by the BIT specialists to nudge – nay, push – us to conform with coronavirus restrictions. Aided by a mainstream media slavishly committed to promoting the Government’s coronavirus narrative, throughout the crisis we have been bombarded with slogans and mantras that insist that compliance is akin to the altruism of helping others:‘STAY HOME, PROTECT THE NHS, SAVE LIVES’ ‘PROTECT YOURSELVES, PROTECT YOUR LOVED ONES’;‘IF YOU GO OUT YOU CAN SPREAD IT. PEOPLE WILL DIE’;‘VACCINATIONS PROTECT US ALL’ ‘STAY ALERT, CONTROL THE VIRUS, SAVE LIVES’. A ritual was spawned that acted to showcase the good guys. At 8.00pm every Thursday evening, for 10 consecutive weeks, we were encouraged to ‘Clap for Carers’ so as to demonstrate our appreciation for those NHS staff and key workers courageously risking their lives on the coronavirus frontline. Neighbours stood on their door steps whooping, clapping and clanging pots and pans, smiling at each other in mass recognition of their self-righteousness; meanwhile, those who opted not to participate in this pre-orchestrated show of virtue often felt like skulking Beelzebubs by remaining indoors. The message was clear: to qualify as a laudable human being you must comply with the Government’s coronavirus narrative.Over recent weeks the ego-massaging slogans have swung into overdrive. Professor Whitty, in a TV press conference on the 21st September, said that anyone who increased their own risk of exposure ‘increase the risk of everyone’ around them. Health Secretary, Matt Hancock, has resorted to telling university students not to ‘kill your gran’. And the unrelenting media campaign has peppered us all with a new batch of virtue-signalling statements that equate following the rules with being a good person: ‘I wash my hands to protect my Nan’; ‘I wash my hands to protect my family’; ‘I wear a face covering to protect my mates’; and ‘I make space to protect you’. Furthermore, the ‘fundamental attribution error’ (mentioned above) ensures that the altruistic majority who are openly conforming with the diktats will blame any subsequent increase in coronavirus cases or deaths on those who didn’t comply, while themselves taking the credit for any positive change in the statistics.Although these ego-boosting messages claiming that compliance with coronavirus restrictions is synonymous with goodness can border on the nauseating – a bit like an acquaintance repeatedly stating what a great guy he is - the BIT psychologists know they are very effective in nudging us towards conformity. There is, however, another motivator that is the most potent of all: fear. AffectIt has long been recognised by psychologists that our current emotional state will significantly influence our mental processes and behaviour. This ‘mood congruence effect’ will result in a person selectively noticing and remembering information that is consistent with an existing mood. Thus, if I’m happy, I will be more likely to remember my past successes, to notice the positives in my current life and to develop optimistic beliefs about the future. If I’m sad, I’ll display preferential access to memories of failure and loss, notice the negatives in my current life and subsequently harbour pessimistic beliefs about myself and the world. But if I’m fearful, my memory will be skewed in favour of past scary events, my attention will selectively focus on potential dangers in my current environment, and my mind will be swamped with thoughts about future threats and potential disasters; this re-calibration of our mental faculties towards fear mode has been superbly exploited by BIT psychologists to ensure mass compliance with the Government’s coronavirus diktats. The decision to scare us into submission was a strategic one. The minutes of a meeting of the Government’s expert advisors (SAGE) on the 22nd March – a forum that includes psychological specialists – displays a clear intention: ‘The perceived level of personal threat needs to be increased among those who are complacent' by ‘using hard-hitting emotional messaging’. They knew that a frightened population is a compliant one. And haven’t they delivered.In tandem with a subservient mainstream media (that has, almost exclusively, towed the Government line), the BIT has inflicted a prolonged and concerted scare campaign upon the British public the primary aim of which has been to inflate levels of fear. Methods deployed have included:a) Daily statistics, displayed without context: First it was the death meter, macabrely displaying the number of people who had died each day from coronavirus. This victim count was reported out of context, without any reference to the number of daily deaths from other causes or the fact that around 1600 people die in the UK each day under normal circumstances. When the COVID-19 mortality rate dipped, the statistical focus shifted, first to rates of transmission and subsequently the scarily high number of ‘cases’ – who can easily forget Vallance and Whitty’s recent shock-and-awe presentation about the potential for 50,000 new cases per day? b) Recurrent footage of death and dying: First it was Lombardy (the hotspot of the pandemic in Italy) with repeated screening of patients gasping for air in the Intensive Care Units. And then it was coffins piling up in the New York mortuaries or bodies littering the streets in Ecuador. Real-time images of death and dying will always be shocking, irrespective of the cause; to exclusively focus on COVID-19 deaths and not the many more victims of other illnesses is crass and grossly misleading, but calculated to exaggerate people’s fear of coronavirus. c) Scary slogans: Every media channel has continually bombarded us with fear-inducing mantras, for example:‘IF YOU GO OUT YOU CAN SPREAD IT. PEOPLE WILL DIE’;‘CORONAVIRUS: ANYONE CAN GET IT. ANYONE CAN SPREAD IT’. To maximise the impact, the posters displaying these dire warnings have often been accompanied by images of emergency personnel wearing medical masks and visors. Even driving in our cars with the radio off doesn’t protect us from this assault, as roadside warnings proclaiming ‘STAY ALERT’ and ‘YOU ARE IN A HIGH RISK AREA’ have become more common. d) Mandatory face coveringsOnce the mission to ratchet up the fear levels had been accomplished, mandatory mask wearing was introduced. Acting as a crude, highly visible indicator that danger is all around, face coverings are making a major contribution to the maintenance of the widespread hysteria. (See previous blog). This deliberate and intensive campaign to elevate fear levels above what would be rational for the threat posed by a respiratory virus has been a remarkable success. Surveys show that UK citizens believe that coronavirus has killed around 7% of the population, a death toll that, if true, would be in excess of 4,500,000 people – at the time of writing, the official mortality figure is around 44,000. But research is not necessary to grasp how scared people are; just take a walk outside and watch pedestrians swerve off the pavement into the road to get out of your way, or hold their breath and press themselves against a wall as if you’re a bio hazard. NormsAfter using messengers we respect or identify with to promote compliance-inducing fear and self-righteousness, the BIT has deployed another weapon to pound us into submission: a hefty dose of peer pressure. Awareness of ‘social norms’ - the prevalent views and behaviour of our fellow citizens – can exert pressure on us to conform. We are strongly influenced by what others do; awareness of being in a deviant minority is a source of discomfort. The Government has repeatedly used normative pressure throughout the coronavirus crisis to gain the public’s compliance with their escalating restrictions. The most straightforward example is how, during interviews with the media, ministers have often resorted to telling us that the vast majority of people are ‘obeying the rules’. Whether the diktat concerns social distancing, travel restrictions, or ‘rule of six’, Government representatives continually state that almost all of us are conforming. Although relaying details of social norms in this way can help improve compliance, ongoing repetition is required to prevent the potency of the approach decaying over time. A further disadvantage is that normative pressure is less effective in changing the behaviour of the deviant minority if there is no visible indicator of pro-social compliance rooted in communities. And this is where the BIT specialists delivered their masterstroke: mandatory masking. In order to enhance and sustain normative pressure, people need to be able to instantly distinguish the rule breakers from the rule followers; the visibility of face coverings provides this immediate differentiation. Appearing unmasked in public places can feel comparable to not openly displaying the icon of a dominant religion while being among devout followers. Even if no explicit challenge ensues, the implicit demand to conform is palpable. Ethically unacceptable?Back in 2010, the authors of the ‘MINDSPACE’ document recognised the significant ethical dilemmas arising from the use of influencing strategies that impact subconsciously on the country’s citizens. It is acknowledged that the deployment of covert methods to change behaviour ‘has implications for consent and freedom of choice’ and offers people ‘little opportunity to opt out’ (p66 – 67). Furthermore, it is conceded that ‘policymakers wishing to use these tools … … need the approval of the public to do so’ (p74 – my emphasis). So have the British people been consulted about whether they agree to Government using covert psychological techniques to promote compliance with contentious public health policies? I suspect not.In recognition of the importance of gaining public permission to implement their subconscious nudges, the proponents of ‘MINDSPACE’ suggested several practical ways of doing so. Thus, ‘focus groups’ and ‘citizens’ juries’ have been proposed (p53-54) where a small, demographically diverse range of people are brought together to express their views about a topic. However, the small scale of these events – even if they have taken place and addressed public health policy - means their conclusions cannot be seen as synonymous with a legitimate public endorsement. More ambitiously, the ‘MINDSPACE’ authors recommended ‘deliberative forums’ involving a representative sample of several hundred people brought together for a day or more to explore an issue and reach a collective decision. Has any public consultation of this type been carried out to seek permission for the widespread use of covert strategies for the purpose of gaining our compliance with public health restrictions? If so, I’m not aware of any. Clearly, BIT specialists, along with their Government paymasters, are operating in ethically-murky waters in implementing their nudges, without our consent, to promote mass acceptance of infringements on our basic human freedoms. The British Psychological Society is the lead organisation for psychological specialists in the United Kingdom, and their Code of Ethics and Conduct (2018) describes one of its ‘Statement of Values’ as:3.1 ‘Psychologists value the dignity and worth of all persons, with sensitivity to the dynamics of perceived authority or influence over persons and peoples and with particular regard to people’s rights.In applying these values, Psychologists should consider: … consent … self-determination. 3.3 ‘Psychologists value their responsibilities … to the general public … including the avoidance of harm and the prevention of misuse or abuse of their contribution to society.’ [All my emphasis].While the application of subliminal prompts to gain our cooperation with unequivocally worthwhile campaigns – for example, to stop young men stabbing each other or to reduce vandalism – would, in all likelihood, be universally acceptable to the British public, it is much more uncertain as to whether citizens would approve of their use to win our compliance with unprecedented lockdowns, travel restrictions and state diktats determining with whom we can, and cannot, mix.And the ethical position of the behavioural psychologists becomes even more precarious when one considers the ongoing carnage associated with the elevated fear levels. The strategic decision to scare the general population (based centrally on the advice of the BIT specialists) will be responsible for the ‘collateral’ deaths of many thousands of people with non-COVID illnesses who, too frightened to attend hospital, are dying in their own homes at a rate of around 100 each day. There is also evidence that parents have been too scared to take their ill children to Accident & Emergency departments. Furthermore, the damage inflicted on the mental health of the nation, including escalating suicide rates, is as yet difficult to quantify but is likely to be substantial. Such is the cataclysmic responsibility of the SAGE experts who recommended fear inflation as a means of achieving compliance. Concluding commentsThe covert strategies proposed by BIT specialists, and incorporated into the Government’s coronavirus information campaign, have achieved their aim of getting the large majority of the population to obey the draconian public health restrictions. The nature of the tactics deployed – with their subconscious modes of action and the emotional discomfort generated – do, however, raise some pressing concerns about the legitimacy of using psychological techniques for this purpose. An open, public-wide debate about the ethical integrity of these approaches, and the extensive collateral damage associated with them, is now urgently required.
Osea, que HABIA "MENGELES" entre los expertos que asesoraban a los gobiernos.Quien lo iba a suponer!!! Se ha perdido todo principio tradicional y clásico.Solo espero que se lleguen a recuperar, aunque ya lo dudo muchísimo. La situación se ha enquistado. El segundo cierre es echar sal sobre el jardin de la convivencia. Sigo sin saber porqué no se ha reforzado el sistema sanitario en estos 6 MESES, pese a que el gasto público ha seguido desbocado.
Sanidad paga por almacenar un lote de hidrogel más de lo que le costó el productoEl departamento de Salvador Illa abonará 291.000 € a una empresa para que le guarde 55.080 envases que compró en marzo en China / El depósito de cada tarro de gel hidroalcohólico costará 5,28 €, unos 75 céntimos más de lo que pagó por el artículo
Cita de: uno en Octubre 27, 2020, 16:42:31 pmCitarMoncloa se replantea su participación en actos públicos tras un evento con 4 ministros las imágenes donde se puede a ver a algunos invitados sin mantener la distancia de seguridad y otros sin mascarilla.https://www.elconfidencial.com/espana/2020-10-27/evento-ministros-eventos-actos-publicos-moncloa-gobierno_2808323/Montero ha admitido que desde el Gobierno pueden "entender que haya que cuidar estas cuestiones para que no sean maliterpretadas".Ojo, el problema no es que estemos en una situación de emergencia sanitaria y no se deban celebrar estos actos, el problema es que se pueden malinterpretar jajajajaja.En fin, nos lo están gritando a la cara y seguimos hablando del sexo de los ángeles.
Las redes estallan contra los políticos: Illa, Casado y Arrimadas asisten a una fiesta de 150 personashttps://www.elperiodico.com/es/yotele/20201027/redes-estallan-politicos-illa-casado-arrimadas-fiesta-150-personas-8176877El ministro de Sanidad, Salvador Illa; el presidente del PP, Pablo Casado y la presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, fueron tan solo algunos de los asistentes a la entrega de premios 'Los Leones' de El Español. la ministra de Defensa, Margarita Robles; el responsable de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes; el de Justicia, Juan Carlos Campo, o el secretario general de la Presidencia, Félix Bolaños. Tampoco se perdió el evento la cúpula del PP. Además de Casado, asistieron otros rostros del partido como su secretario general, Teodoro García Egea; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida; la portavoz Cuca Gamarra o la exministra Ana Pastor.
Por qué a Asia le va mejor que a Europa en la pandemia: el secreto está en el civismoEl continente asiático vive una segunda ola de coronavirus más benévola que la de Europa. La explicación, sostiene el filósofo Byung-Chul Han, está en la responsabilidad ciudadana(...)En vista de tan llamativas diferencias en los índices de contagio, resulta casi inevitable preguntarse qué hace Asia que no haga Europa. Que China haya podido contener con éxito la pandemia se puede explicar en parte porque allí el individuo está sometido a una vigilancia rigurosa, que en Occidente sería inconcebible. Pero Corea del Sur y Japón son democracias. En estos países no es posible un totalitarismo digital al estilo de China. Sin embargo, en Corea se hace un implacable seguimiento digital de los contactos, que no es competencia de los ministerios de salud, sino de la policía. El rastreo de contactos se hace con métodos tecnológicos propios de criminalística. También la aplicación Corona-App, que todos sin excepción se han descargado en sus smartphones aunque no sea obligatoria, trabaja de forma muy precisa y fiable. Cuando los seguimientos de contactos no pueden ser exhaustivos, se analizan también los pagos con tarjeta de crédito y las imágenes captadas por las innumerables cámaras públicas de vigilancia.¿La exitosa contención de la pandemia en Asia se debe pues —como muchos en Occidente suponen— a un régimen de higiene que actúa rigurosamente y que recurre a la vigilancia digital? Evidentemente, no. Como sabemos, el coronavirus se transmite por contactos estrechos y cualquier infectado puede especificarlos por sí mismo sin necesidad de estar sometido a vigilancia digital. Entre tanto, ya sabemos que para que se produzcan cadenas de contagios no es tan relevante quién ha estado brevemente dónde y cuándo ni quién ha ido por qué calles. ¿Pero cómo se explica entonces que, con independencia del sistema político de los respectivos países, los índices de contagio en Asia se hayan mantenido tan bajos? ¿Qué une a China con Japón o Corea del Sur? ¿Qué hacen Taiwán, Hong Kong o Singapur de forma distinta de nuestros países europeos? Los virólogos especulan sobre las causas de que las cifras de contagio en Asia sean tan bajas. El premio Nobel de Medicina japonés Shinya Yamanaka habla de un “factor X” que es difícilmente explicable.Es incuestionable que el liberalismo occidental no puede imponer la vigilancia individual en plan chino. Y mejor que sea así. El virus no debe minar el liberalismo. Sin embargo, también en Occidente olvidamos enseguida la preocupación por la esfera privada en cuanto empezamos a movernos por las redes sociales. Todo el mundo se desnuda impúdicamente. Plataformas digitales como Google o Facebook tienen un acceso irrestricto a la esfera privada. Google lee y analiza correos electrónicos sin que nadie se queje de ello. China no es el único país que recaba datos de sus ciudadanos con el objetivo de controlarlos y disciplinarlos. El procedimiento de scoring o calificación crediticia social en China se basa en los mismos algoritmos que los sistemas occidentales de evaluación del crédito, como FICO en Estados Unidos o Schufa en Alemania. Mirándolo así, la vigilancia panóptica no es un fenómeno exclusivamente chino. En vista de la vigilancia digital, que de todos modos se hace ya en todas partes, el seguimiento anonimizado de contactos a través de la aplicación Corona-App sería algo del todo inofensivo. Pero muy probablemente el seguimiento digital de contactos no sea el motivo principal de que los asiáticos hayan tenido tanto éxito combatiendo la pandemia.La palabra que empleó el ministro de economía japonés contiene, pese a todo —si le quitamos su inoportuna connotación nacionalista— un punto de verdad. Señala la importancia del civismo, de la acción conjunta en una crisis pandémica. Cuando las personas acatan voluntariamente las reglas higiénicas, no hacen falta controles ni medidas forzosas, que tan costosas son en términos de personal y de tiempo.Se cuenta que, durante las catastróficas inundaciones de 1962, Helmut Schmidt, que en aquella época dirigía la Consejería de Policía de Hamburgo, dijo: “Es en las crisis donde se muestra el carácter”. Parece ser que Europa no está logrando mostrar carácter ante la crisis. Lo que el liberalismo occidental muestra en la pandemia es, más bien, debilidad. El liberalismo parece incluso propiciar la decadencia del civismo. Justamente esta situación nos enseña lo importante que es el civismo. Que grupos de adolescentes celebren fiestas ilegales en plena pandemia, que se acose, se escupa o se tosa a los policías que tratan de disolverlas, que la gente ya no confíe en el Estado, son muestras de la decadencia del civismo. Paradójicamente tienen más libertad los asiáticos, que acatan voluntariamente las severas normas higiénicas. Ni en Japón ni en Corea se ha decretado el cierre total ni el confinamiento. También los daños económicos son mucho menores que en Europa. La paradoja de la pandemia consiste en que uno acaba teniendo más libertad si se impone voluntariamente restricciones a sí mismo. Quien rechaza por ejemplo el uso de mascarillas como un atentado a la libertad acaba teniendo al final menos libertad.Los países asiáticos no tienen mucho cuño liberal. Por eso son poco comprensivos y tolerantes con las divergencias individuales. De ahí que los imperativos sociales tengan luego tanto peso. Ese es también el motivo por el que yo, siendo coreano de nacimiento, prefiero seguir viviendo en el foco de infección que es Berlín antes que en Seúl, por muy limpio de virus que esté. Pero hay que subrayar especialmente que los elevados índices de contagio durante la pandemia no son mera consecuencia natural de un estilo de vida liberal que tuviéramos que adoptar sin más. El civismo y la responsabilidad son armas liberales eficaces contra el virus. No es verdad que el liberalismo conduzca necesariamente a un individualismo vulgar y a un egoísmo que jueguen a favor del virus.Nueva Zelanda es un país liberal que ha vencido ya por segunda vez a la pandemia. El éxito de los neozelandeses consiste también en la movilización del civismo. La primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, hablaba enardecidamente del “equipo de cinco millones”. Su apasionada apelación al civismo tuvo muy buena acogida entre la población. Por el contrario, el desastre norteamericano se puede explicar porque Trump, llevado por su puro egoísmo y su afán de poder, ha socavado el civismo y ha dividido al país. Su política hace totalmente imposible sentirse parte de un nosotros.Liberalismo y civismo no tienen por qué excluirse. Civismo y responsabilidad son más bien un prerrequisito esencial para el buen logro de una sociedad liberal. Cuanto más liberal sea una sociedad, tanto más civismo será necesario. La pandemia nos enseña qué es la solidaridad. La sociedad liberal necesita un nosotros fuerte. De lo contrario se desintegra en una colección de egoístas. Y ahí el virus lo tiene muy fácil. Si quisiéramos hablar también en Occidente de un “factor X” que la medicina no puede explicar y que dificulta la propagación del virus, este no sería otra cosa que el civismo, la acción conjunta y la responsabilidad con el prójimo.
https://elpais.com/ideas/2020-10-24/por-que-a-asia-le-va-mejor-que-a-europa-en-la-pandemia-el-secreto-esta-en-el-civismo.htmlCitarPor qué a Asia le va mejor que a Europa en la pandemia: el secreto está en el civismoEl continente asiático vive una segunda ola de coronavirus más benévola que la de Europa. La explicación, sostiene el filósofo Byung-Chul Han, está en la responsabilidad ciudadana(...)La palabra que empleó el ministro de economía japonés contiene, pese a todo —si le quitamos su inoportuna connotación nacionalista— un punto de verdad. Los países asiáticos no tienen mucho cuño liberal. Por eso son poco comprensivos y tolerantes con las divergencias individuales. De ahí que los imperativos sociales tengan luego tanto peso. Ese es también el motivo por el que yo, siendo coreano de nacimiento, prefiero seguir viviendo en el foco de infección que es Berlín antes que en Seúl, por muy limpio de virus que esté. Que grupos de adolescentes celebren fiestas ilegales en plena pandemia, que se acose, se escupa o se tosa a los policías que tratan de disolverlas, que la gente ya no confíe en el Estado, son muestras de la decadencia del civismo. Paradójicamente tienen más libertad los asiáticos, que acatan voluntariamente las severas normas higiénicas. Ni en Japón ni en Corea se ha decretado el cierre total ni el confinamiento. También los daños económicos son mucho menores que en EuropaNueva Zelanda es un país liberal que ha vencido ya por segunda vez a la pandemia. El éxito de los neozelandeses consiste también en la movilización del civismo. La primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, hablaba enardecidamente del “equipo de cinco millones”. Su apasionada apelación al civismo tuvo muy buena acogida entre la población. Por el contrario, el desastre norteamericano se puede explicar porque Trump, llevado por su puro egoísmo y su afán de poder, ha socavado el civismo y ha dividido al país. Su política hace totalmente imposible sentirse parte de un nosotros.Liberalismo y civismo no tienen por qué excluirse. Civismo y responsabilidad son más bien un prerrequisito esencial para el buen logro de una sociedad liberal. Cuanto más liberal sea una sociedad, tanto más civismo será necesario. La pandemia nos enseña qué es la solidaridad. La sociedad liberal necesita un nosotros fuerte. De lo contrario se desintegra en una colección de egoístas. Y ahí el virus lo tiene muy fácil. Si quisiéramos hablar también en Occidente de un “factor X” que la medicina no puede explicar y que dificulta la propagación del virus, este no sería otra cosa que el civismo, la acción conjunta y la responsabilidad con el prójimo.
Por qué a Asia le va mejor que a Europa en la pandemia: el secreto está en el civismoEl continente asiático vive una segunda ola de coronavirus más benévola que la de Europa. La explicación, sostiene el filósofo Byung-Chul Han, está en la responsabilidad ciudadana(...)La palabra que empleó el ministro de economía japonés contiene, pese a todo —si le quitamos su inoportuna connotación nacionalista— un punto de verdad. Los países asiáticos no tienen mucho cuño liberal. Por eso son poco comprensivos y tolerantes con las divergencias individuales. De ahí que los imperativos sociales tengan luego tanto peso. Ese es también el motivo por el que yo, siendo coreano de nacimiento, prefiero seguir viviendo en el foco de infección que es Berlín antes que en Seúl, por muy limpio de virus que esté. Que grupos de adolescentes celebren fiestas ilegales en plena pandemia, que se acose, se escupa o se tosa a los policías que tratan de disolverlas, que la gente ya no confíe en el Estado, son muestras de la decadencia del civismo. Paradójicamente tienen más libertad los asiáticos, que acatan voluntariamente las severas normas higiénicas. Ni en Japón ni en Corea se ha decretado el cierre total ni el confinamiento. También los daños económicos son mucho menores que en EuropaNueva Zelanda es un país liberal que ha vencido ya por segunda vez a la pandemia. El éxito de los neozelandeses consiste también en la movilización del civismo. La primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, hablaba enardecidamente del “equipo de cinco millones”. Su apasionada apelación al civismo tuvo muy buena acogida entre la población. Por el contrario, el desastre norteamericano se puede explicar porque Trump, llevado por su puro egoísmo y su afán de poder, ha socavado el civismo y ha dividido al país. Su política hace totalmente imposible sentirse parte de un nosotros.Liberalismo y civismo no tienen por qué excluirse. Civismo y responsabilidad son más bien un prerrequisito esencial para el buen logro de una sociedad liberal. Cuanto más liberal sea una sociedad, tanto más civismo será necesario. La pandemia nos enseña qué es la solidaridad. La sociedad liberal necesita un nosotros fuerte. De lo contrario se desintegra en una colección de egoístas. Y ahí el virus lo tiene muy fácil. Si quisiéramos hablar también en Occidente de un “factor X” que la medicina no puede explicar y que dificulta la propagación del virus, este no sería otra cosa que el civismo, la acción conjunta y la responsabilidad con el prójimo.