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Zona noble de Vocento. Cuatro grabados de músicos presiden la espaciosa sala donde el Consejo celebra sus cónclaves. Una sublimación del solfeo que no sirvió para amansar a las fieras el pasado lunes. El reloj marcaba ya las nueve de la noche cuando llegó el turno de preguntas. Los consejeros acababan de aprobar por unanimidad las cuentas de 2011, mejores en su esencia de lo que sugieren los 50 millones de pérdidas. Tomó entonces la palabra Santiago Bergareche y, como quien pide una aclaración a los números, anunció el golpe de estado: un grupo de accionistas solicitaba una Junta Extraordinaria para tomar el control de la compañía. Estupefacción en unos y aceptación serena en otros. En todo caso, declaración de guerra a la familia Ybarra y primer acto de una vendetta que empezó a fraguarse hace ya un lustro. Llega el momento del desquite. Corría el mes de mayo de 2007 cuando el entonces consejero delegado, José María Bergareche, hermano de Santiago, cesaba en el cargo. No era una tragedia, si acaso un paréntesis. Estaba pactado que accediera a la presidencia apenas meses después. Al punto de que ya había maniobrado para que el nuevo primer ejecutivo, escogido por un head-hunter, fuera Belarmino García, un hombre de paja que podría fácilmente manejar y que no sabía mucho del negocio (procedía de la operadora de móviles Amena). Todo bajo control… O casi. El resto de accionistas -los Ybarra, Urrutia y Luca de Tena- se aliaron a sus espaldas y optaron por un independiente para presidir el Consejo: una elección irreprochable, el marqués de la Romana, Diego del Alcázar. El mensaje que se lanzaba a los Bergareche no podía ser más claro: “No habéis sido fieles a nuestros pactos de familia”. Y es que en paralelo al proceso de sucesión, Emilio Ybarra, a la sazón copresidente del BBVA, se había visto envuelto en penosos procesos judiciales por el escándalo de las cuentas secretas del BBV en Jersey. A finales de 2006, el empresario se quejaba -incluso dejando testimonio por escrito- de que el diario ABC no sólo no le había apoyado, sino que se había aliado con la parte contraria. Y, entre otros, culpaba al consejero delegado. Tampoco ayudó a Bergareche que se le hubiera escapado incomprensiblemente la compra de Recoletos (Expansión y, sobre todo, la joya de la corona Marca) en favor de Unidad Editorial y los italianos de Rizzoli. Todo a pesar de haberla fraguado él mismo con un viejo accionista de Vocento, Jaime Castellanos. ¿Conclusión? La nueva alianza en el Consejo dejaba a los Bergareche en la reserva. Así hasta el pasado lunes.De hecho, Santiago Bergareche lanzaba el órdago con apoyos que, al menos, le acercan al 40% del capital y le conceden chance. Para empezar, está con él Víctor Urrutia, el multimillonario vicepresidente de Iberdrola siempre presente en los movimientos exitosos en el accionariado de Vocento. ¿Qué le mueve dar un paso adelante? Aquí sólo caben hipótesis. Fuentes próximas al Consejo advierten de su proximidad a las tesis de Soledad 'Petisa' Luca de Tena. Y añaden que Petisa quiere guerra desde la salida del anterior consejero delegado, José Manuel Vargas, por quien sentía especial inclinación. Como barman de este coctel estaría el propio Castellanos, a quien muchos ven como el cerebro gris de la insurrección, que además “tiene bastante más del 4,4% que se le supone”. La guinda a este combinado la ponen otros accionistas minoritarios como Manuel Jove o Félix Revuelta. Con una pregunta de fondo, ¿con qué proyecto? ¿Camino de una operación corporativa?Sobre el papel, se trata de reducir el Consejo y aumentar el número de independientes para sacar de su actual parálisis al máximo órgano de representación de la compañía. Algunos accionistas no se lo creen. “Piensan que no hay proyecto, que son una UTE [unidad temporal de empresas] que busca tomar el control de la empresa y repartirse el botín. Y sin lanzar una opa ni poner un duro”, sugieren fuentes conocedoras de las inquietudes del frente contrario. Una reflexión que parte de que las Luca de Tena, cuya principal preocupación es el ABC, no hayan hecho público su apoyo al bloque rebelde. “Si lo hacen explícito pasan del 30% y están abocados a una opa por acción concertada”, remachan. Sin un plan para el futuro, el temor es que se trocee la compañía. Y ahí es donde surge el temor de una operación corporativa, sin que se olviden los negocios pasados de Castellanos, puro broker, con Unidad Editorial. El nuevo pulso accionarial pone a prueba un pasado de relaciones cosidas a sangre y fuego durante casi 100 años. Por un lado, la estirpe de los Ybarra, que impulsó en 1910 el nacimiento del original El Pueblo Vasco, un periódico conservador, vasco y españolista. Por otro, la familia Echevarría, emparentada con los Bergareche, controlaba El Noticiero Bilbaino, cabecera histórica de la capital vizcaína y algo más afín a las tesis liberales. Concluida la Guerra Civil y con Franco en el poder, los dos proyectos terminaron uniéndose en 1945, bajo aprobación del Caudillo, para dar forma a lo que sería el germen del grupo de prensa regional Correo. Desde entonces, los Ybarra, Echevarría y Bergareche han ido de la mano en una aventura empresarial que consiguió abrirles las puertas del mundo de la prensa en Madrid con la compra del también centenario ABC. Pero ahora, toda esa suma está en el aire. El peor parado en toda la intriga es Luis Enríquez, consejero delegado desde julio, que pese a las promesas trabaja sabiendo que en dos meses puede estar jugando al golf. Casi peor son las dificultades que tendrá en los próximos 60 días para motivar a un equipo marcado por una desesperante sensación de déjà vu. Y es que parece que cada vez que se dinamiza la gestión, las familias se meten en una espiral de intrigas y maquinaciones que hace derrapar a la compañía. “Es una pena. Vamos en línea con el plan en 2012 con la que está cayendo. Y el promedio diario de ventas del 'ABC' se ha incrementado en 7.000 ejemplares en febrero”, aseguran fuentes internas de la firma. Y es cierto que los aparentemente malos números de 2011 fueron bien acogidos por los analistas. No en vano más de 21 millones se fueron en indemnizaciones, más de 8 en regularizar las vacaciones fiscales vascas y otra decena en echar la persiana en La 10. Sin el esfuerzo de limpiar las cuentas, el resultado es plano. Luego de aquí en adelante sólo puedo ir mejorando, pensará Enríquez. Aunque eso será si le dejan.