www.transicionestructural.NET es un nuevo foro, que a partir del 25/06/2012 se ha separado de su homónimo .COM. No se compartirán nuevos mensajes o usuarios a partir de dicho día.
0 Usuarios y 1 Visitante están viendo este tema.
Esos artículos podrían estar escritos por cualquiera de nuestros peores enemigos.Leyenda negra a saco.No me apetece entrar a discutir sobre ellos, pero muy muy muy nuevozquierdista culpabilizador anglo españacomoproblema.Aunque contengan verdades.Sds.
No estaríamos mejor que Italia, que atravesó un proceso parecido al que dice usted, y los curas siguen campando por sus respetos merced a la nueva alianza de postguerra Vaticano-Washington. Y la posibilidad de una segunda guerra civil española, como ocurrió en Grecia a finales de los 1940, no hubiera sido desdeñable. Resulta fácil que pasen desapercibidos muchos años después los efectos negativos de una guerra porque en general los habitantes del futuro tienden a descender en mayor número de aquellos que no resultaron muertos o extremadamente dañados.Edito para añadir que la relación de Franco con los generales con los que ganó la guerra fue muy compleja, y un pequeño espejo de las relaciones entre los diferentes sectores de difícil conciliación que habían integrado el bando nacional, y que sólo tenían en común su anticomunismo. No me considero un apologeta de Franco, ni intento achicar las dimensiones de la represión sobre los vencidos que tuvo lugar en la postguerra, pero habla bien de él que lograra capear aquellos desequilibrios entre sus conmilitones con muy escaso derramamiento de sangre. Con otros dictadores tenías casi tantas posibilidades de acabar muerto si eras uno de sus íntimos como si eras uno de sus enemigos.
En mi modesta opinion, el ultimo tren para España paso en la II G.M., que Franco se negara a ser beligerante fue un mazazo, hubiera sido la tormenta perfecta, se lo hubieran cargado los aliados, estabamos demasiado lejos del arco de influencia de los rusos, y nos hubieramos ahorrado 40 años de curas meapilas y generales de salon.Pero por desgracia no sucedio asi, y luego los acontecimientos le fueron mas favorables de lo que podria haber soñado ese general bajito y barrigudo.Desde luego son todo conjeturas, pero ya se sabe soñar es gratis, y nunca sabremos si el remedio hubiera podido ser peor que la enfermedad.Lo que siempre me ha escaldado, es que los generales golpistas, ganara (o no muriera en "accidente"), fuera el mas cateto y paleto, y que considerara a muchos de sus compañeros golpistas "republicanos", y en el fondo tan peligrosos como el govierno contra el que luchaban.
Nada mas lejos de mi intención que ensalzar la figura de Franco; no obstante, tengo una cierta manía por algo de rigor en el análisis histórico.No se, francamente, si sería cateto y paleto. Tiendo a pensar que no, porque demostró ser un astuto político y consabido sociólogo, aparte de ser un estratega de tres pares de cojones. como táctico, era malísimo, pero lo sabía, y para eso tenía a sus generales. Como lider de paz, tampoco era gran cosa. Tardó más de 15 años en entrar en razón y ceder con sus políticas autárquicas, para dejar que otros que sabían más tomaran el mando.Hay muchas cosas que hizo franco que no queda mas remedio que, desde una perspectiva objetiva, considerar que sabía lo que hacía para conseguir sus objetivos (Ojo, en ningún momento juzgo la moral de dichos objetivos, que me parece horrenda, pero eso lo dejo fuera).Alargó la guerra, que podía haber terminado mucho antes, con diversos objetivos; uno de ellos era hacer que se juntara con la WWII o, al menos, que terminara lo bastante pronto como para poder evitar tener que comprometerse con el eje (Cosa que consiguió). Eso le permitió también dejar lo bastante machacado el país como para evitar futuras revueltas, y solidificar su base de poder. En términos generales, creo que fue un acierto que no nos metiera en la WWII. Nuestra historia hubiera sido mucho más parecida a Grecia que a Alemania o, incluso, a Italia.
Por lo menos yo, al hablar de la Guerra Civil Griega, me refiero a los enfrentamientos una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, entre 1946 y 1949. Ni pensar quiero que una como ésa se hubiera dado en España al mismo tiempo que los primeros tanteos de la Guerra Fría.
Hola:Carrillo no crea la Junta Democrática, es García Trevijano el que le convence, y Carrillo le paga con la moneda que mejor ha sabido usar toda su vida: la traición. No hubo ruptura alguna, sino una transición al franquismo 2.0, entre otras causas por el papel de Carrillo y González, que se vendieron al nuevo régimen. Carrillo fue el responsable de los asesinatos de Paracuellos, hoy se conocen día a día y hora a hora las salidas de camiones de prisión. Sin excepción, se hizo por órdenes de Carrillo. Se sabe incluso que cuando Carrillo perdía el control de la cárcel (los cambios en los puestos de responsabilidad eran frecuentes en aquellos difíciles momentos) no sólo cesaban las salidas sino que se cancelaban las que estaban previstas. ¿Por qué cuento todo esto? Porque Carrillo se vendió al franquismo para beneficiarse de la ley de amnistía. Aceptó un régimen que establecía la monarquía, la propiedad privada, el capitalismo, etc., es decir punto por punto lo contrario del comunismo. Traicionó a sus ideas y a su gente para salvar su propio pellejo, por eso los comunistas no le pueden ni ver. No sorprende que al final se arrimase al PSOE.Saludos.
Haga usted las leyes y déjeme a mí los reglamentos (I)Publicado por Alfonso Vila Francés 1 ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? (España 1800-1936)Hasta el siglo XIX las cosas estuvieron bastante tranquilas. Había un rey absoluto, que luchaba contra otros reyes absolutos. Si el pueblo se moría de hambre, si algunos nobles tenían problemas económicos, siempre se podía asaltar una judería. El pueblo era muy poco original, sobre todo cuando estaba desesperado, y los nobles y poderosos sabían sacar partido de ello (véase, por ejemplo, el asalto a la judería de León de 1449). Las cosas iban bien para algunos y mal para la mayoría, pero nadie se extrañaba por ello.Es cierto que en Francia había habido una revolución. Y antes que en Francia, en las colonias inglesas de América del Norte habían hecho algo infinitamente peor, algo inadmisible: crear una república, con una constitución, con unas leyes que hablaban de “derechos inalienables”. Y dar una patada a su antiguo señor, el rey inglés… Eso era algo que los gobernantes españoles hacían bien en ocultar al pueblo. No. No eran tontos. Y ya lo dijo bien el Conde de Aranda, valido de Carlos III, en su informe sobre el nacimiento de los Estados Unidos: “Ese pequeño país nos va a dar problemas”, dijo. Y vaya si acertó…Pero el pueblo, ya digo, estaba tranquilo, y el rey, dentro de lo que cabe, también.Los franceses estaban cerca, pero los Pirineos siempre han sido una buena frontera. Y ya desde Felipe II se habían tomado medidas para que los españoles (los pocos que querían hacerlo) no estudiasen en las universidades europeas (excepto en la de Roma y alguna que otra excepción). Todo estaba bastante bien controlado.Hasta que Napoleón no tuvo mejor idea que invadirnos. Allí se jodió el invento… No voy a hablar aquí de las enormes consecuencias a todos los niveles que tuvo la invasión francesa, es un tema muy interesante que tal vez abordaré en otro momento. Ahora me limitaré a recordar las palabras de Álvaro Floréz Estrada, político, economista librecambista y patriota: “La lucha contra el invasor no tiene sentido si no es al mismo tiempo una revolución política”. Muchos liberales pensaban lo mismo, y pese a ello lucharon contra el “revolucionario” Napoleón. Y luego Fernando VII se lo agradeció enviándolos al exilio o fusilándolos.Napoleón (que en realidad de revolucionario tenía bien poco, aunque, paradójicamente, sus ejércitos sí traían las ideas de la Revolución Francesa) fue la primera sacudida grave que sufrió el sistema absolutista español. Pero el sistema aguantó bastante bien. Y eso a pesar de la escasa astucia política de un personaje como Fernando VII, uno de los reyes más mediocres (por no decir algo peor) que hemos tenido en este país. Sin embargo, mal que bien, Fernando VII se las arregló no solo para morir siendo rey de España, sino para asegurar la continuidad de su dinastía. No le salió gratis al país. Pero después de la primera guerra carlista y algunos contratiempos más, Isabel, una acorralada niña de 13 años, fue nombrada reina. Tal vez el rey respiró tranquilo desde el más allá (en sus últimos años de reinado, su única preocupación parecía ser evitar que el trono recayera en su hermano Carlos), pero el reinado de su hija no iba a ser un camino de rosas. Tuvo que enfrentarse, muy a su pesar, a todos los problemas que no supo ni quiso resolver su padre.¿Y qué hizo esta pobre criatura? Pues primero dejarse manejar por todos, hasta que se hizo adulta, después buscar el gobierno menos malo (para sus intereses, que, desde luego, no eran los intereses de la nación), y finalmente vivir bien y disfrutar de su riqueza y posición, que para eso era la reina. Lo malo es que todos los chollos se acaban algún día y a Isabel su chollo se le acabó en 1868. Ese año, con bastante retraso respecto al resto de la Europa occidental (Rusia y la Europa del este es otro mundo), los españoles quisimos ser modernos. Para empezar nos inventamos una revolución. Y la llamamos “La gloriosa”, que es un nombre con garra. Y casi con eso ya nos dimos por satisfechos…Nuestros vecinos, a la altura de 1869, ya estaban en plena revolución industrial, habían vivido tres oleadas revolucionarias, sin contar la revolución francesa, y tenían más que superado el Antiguo Régimen. Aquí aún estaba prácticamente todo por hacer, en lo político y en lo económico.1868 era la oportunidad que medio país estaba esperando. Y fue una oportunidad perdida… “La gloriosa”, si se mira bien, no fue nada gloriosa. Se pegó la patada a una reina, pero no hubo ninguna limpieza a fondo, solo un ligero lavado de cara. Y eso fue por la misma razón de siempre, por la que “fracasan” todas las reformas “desde arriba”: porque realmente no están concebidas para ser un éxito, sino solo para “salvar los muebles” (y perdón por las comillas, pero creo que es la mejor manera de decirlo: este tema es muy complejo y yo solo pretendo hacer un rápido resumen). ¡Ojo! Con esto no quiero decir que no haya personas que seriamente lo intentan: ministros como Mendizábal, como Martín de Garay, como Manuel Fernández Giménez, entre otros muchos, pero estas iniciativas siempre chocan contra el mismo muro: la intolerancia de las clases altas, de los que siempre han tenido el poder y la riqueza en sus manos y no quieren ceder ni un ápice de ambas cosas, les cueste lo que les cueste. ¿Es casualidad que todas las reformas agrarias hayan fracasado en España, que todos sus impulsores hayan caído pronto en desgracia? No, desde luego que no. Y con las reformas fiscales, hasta bien entrado el siglo XX, se podría decir otro tanto.Pero este es un tema para tratar en profundidad. Lo que quiero indicar aquí es que, a pesar de la prometedora revolución de 1869, la situación en la España a la entrada del siglo XX no era radicalmente distinta a la situación de 1860, de 1830 y hasta de 1788, año en que empieza a reinar Carlos IV. Sí. Ya no hay absolutismo, desde luego, no hay absolutismo como tal. Pero eso no quiere decir que haya una democracia. Ni siquiera quiere decir que haya un régimen liberal según el modelo europeo.Tenemos un parlamento, sí, pero ¿quién lo compone?: nobles y burgueses. Y burgueses ennoblecidos. Y nobles que empiezan a actuar como burgueses. Y cuando hablamos de burguesía, hablamos de la gran burguesía, como ya veremos.Y tenemos un sufragio, sí, pero censitario. Un sufragio que es solo para los que tienen propiedades, para los ricos, que deja fuera a la mayoría de la población. Si en 1868 el pueblo pide el sufragio universal (nada nuevo, en media Europa ya lo han conseguido a la altura de 1848), en 1874 el sufragio sigue siendo censitario, y eso a pesar de un rey “constitucional”, como Amadeo de Saboya y de un año de experiencia republicana, y todo para que al final vuelva un borbón, un hijo de Isabel II: Alfonso XII. Además hemos perdido las últimas colonias, no se ha dado nada parecido a una revolución industrial (solo ha habido un tímido desarrollo de algunas zonas del país) y se ha producido una nueva guerra civil: la tercera guerra carlista. Y eso sin contar los numerosos muertos en los cada vez más frecuentes conflictos sociales. En realidad, si se mira con lupa cada uno de los problemas políticos a los que se enfrentó Alfonso XII se llega a la conclusión de que son los mismos a los que se enfrentaron todos sus sucesores. Y esto se resume en una frase: falta de adecuación del sistema político a la nueva realidad económica y social. El rey, que teóricamente no gobierna, conserva en la práctica casi todo su poder. El parlamento, que teóricamente representa al pueblo, en la práctica solo representa a las clases privilegiadas. Los nobles, que teóricamente han cedido su lugar a los burgueses, siguen siendo los amos del país (para empezar son los amos de la mayoría de la tierra: de reformas agrarias, nada de nada…), los burgueses, los pocos burgueses españoles, que teóricamente deberían ser la clase menos conservadora, más abierta socialmente, con una mentalidad capitalista y pragmática, en la práctica se comportan como simples nobles ambiciosos, tan conservadores y tan clasistas como los nobles pero más avaros que ellos. Nadie, ni rey, ni nobles, ni burgueses (ni desde luego, la iglesia, el otro puntal del Antiguo Régimen) tienen la menor intención de preocuparse por el pueblo, el gran abandonado.Pero el pueblo poco a poco va cobrando conciencia de su situación. Y esta situación no va mejorando, sino todo lo contrario: el sistema capitalista avanza de modo lento pero inevitable. Ese avance empobrece aún más a los campesinos y crea una nueva clase social, el proletariado. Y esto es algo que parece que nadie lo ve. Fernando VII quería borrar de un plumazo las Cortes de Cádiz, olvidar los años de vacío de poder y los efectos económicos de la invasión francesa (efectos devastadores: la pérdida de las colonias americanas, entre ellos). Él creía que “Todo podía seguir como si nada hubiera pasado”. Eso es pretender negar la ley de la gravedad. Pero 100 años después nadie ha tomado nota. Los que se reparten el pastel siguen como siempre: peleándose por ver quién tiene el trozo más grande. No parecen escuchar el tumulto que se está formando al otro lado de la pared, fuera, en el frío glacial de la noche. Tal vez piensan que las antorchas se apagarán pronto. O que se dirigirán hacia otro sitio. Tal vez piensan que “todo puede cambiar para seguir igual” (como pensaba el Príncipe de Salina, el protagonista de El Gatopardo, que no dudaba en sustituir a un rey por otro, porque “al fin y al cabo es un rey”). Esta vez, pese a los denodados esfuerzos de Cánovas, de Sagasta, de otros hombres inteligentes y muy útiles para el poder (al que sirven y del que viven, y muy bien, por cierto; Cánovas, por ejemplo, era consejero en las principales empresas de ferrocarriles del país, ¡ya hablaremos de ello!), el sistema va a caer.El sistema va a caer porque deja fuera al noventa por cien del país. El sistema va a caer porque el capitalismo pide libertad económica, grandes espacios, uniformización, mercado único, capacidad de compra, alto consumo, jornadas de trabajo extenuantes y salarios “competitivos” (y los necesarios cambios familiares: curiosamente, los primeros defensores de la incorporación de la mujer al trabajo son los patronos de las fábricas, no sus maridos, que se oponen encarecidamente a ello y se quejan cuando les dejan). El capitalismo va contra los censos, los señoríos, los mayorazgos, las tierras de “manos muertas”, el capitalismo es ateo y no hace distinciones: la dignidad social la da el dinero, y todo lo demás importa muy poco si se está arruinado. El sistema va a caer porque su tiempo ha concluido.Pero los que se benefician de él van a pretender alargarlo, mantenerlo con vida, aunque lo vean agonizar. Y luego, incapaces de reaccionar, van a soñar con el mito de El Cid. Van a querer que gane batallas después de muerto. De otro modo no se puede entender la hostilidad de la clases altas hacia la Segunda República. Su negativa a cualquier intento de reforma agraria o fiscal. Su incapacidad para entender el comunismo, el anarquismo, el cooperativismo. Cualquier ideología o movimiento social emergente es considerado como algo absolutamente nocivo. Incluso el derecho a la educación del pueblo es negado hasta el último minuto. Y entonces se agarran al machismo, y cuestionan hasta el final el derecho a la educación de la mujer (que no podrán entrar en la universidad hasta 1918, o su derecho a voto, que no se aprobará hasta 1931). Cualquier medida que sea vista como “un avance” será automáticamente estigmatizada. Y un profesor humanista y laico será tratado de igual modo que un terrorista. Para ellos es lo mismo. Si se cede en algo (derecho a la huelga, por ejemplo), es a la fuerza, porque no hay más remedio. Pero ellos siempre tienen un as en la manga. Y llevan jugando a ese juego muchos años. Se saben todos los trucos. Los ministros conservadores de Isabel II consentían en pactar leyes progresistas con los liberales, pero luego, bajo mano, se aseguraban de tener el control de todos los principales ayuntamientos del país. ¿Y para qué sirve una ley si nadie la aplica? Pero en el peor de los casos, aunque no haya más remedio que aplicarla, entonces aún tienen otro as en la manga: la violencia.¿Cuántas veces los políticos republicanos españoles denunciaban que los matones del cacique amedrentaban a los campesinos u obreros? Vicente Almirall, político nacionalista catalán, relató casos en que era la misma Guardia Civil la encargada de dar una paliza a los que pretendían ejercer su derecho al voto (¡mucho después de 1890, cuando el sufragio universal masculino ya había sido definitivamente aprobado!). Pero a veces no hacía falta ni eso: bastaba con vaciar la urnas y quitar los votos que no gustaban. Dos partidos se repartían el poder. Ahora me toca a ti y luego me toca a mí. Todo es legal y todo el mundo aplaude. Los parlamentos van y vienen y todo está bajo control. ¿No es perfecto? Desde luego. Para los que están dentro… ¿Tan distinto es esto de las intrigas palaciegas del Antiguo Régimen? Y mientras el capitalismo arrasa nuevos continentes, mientras en Europa nace una nueva sociedad, una nueva cultura. Los agricultores se convierten en pequeños empresarios. Los obreros van adquiriendo derechos. Las mujeres se emancipan. La tecnología y la ciencia ocupa el lugar de la religión.España, en cambio, se cierra. Machado y otros lo ven y sufren. “Que inventen ellos”, dicen con ironía. Pero al rey solo le preocupan sus amantes y a sus ministros solo les preocupa conservar el poder el mayor tiempo posible. Y luego, cuando les dan la palada, un ejército de “cesantes” abandona el ministerio. Aunque siempre están los que creen que pueden burlar al destino. Como el Conde de Romanones. Siempre está el que se permite chulear delante de sus adversarios, tan seguro está de ser intocable. “Haga usted las leyes”, les suelta, “que ya haré yo los reglamentos”. Y cayó. Él también cayó. Aunque, claro, cuando uno cae de tan alto siempre puede luego ocuparse de sus negocios, y dedicarse a escribir sus memorias, que eso queda muy bien. Cuando ya no tienes ningún as en la manga aún puedes hacer una última jugada: reservarte un buen lugar en la historia.[Aclaración al lector: dado que el periodo de tiempo que pretendo estudiar (de la decadencia del absolutismo a la democracia actual) abarca doscientos años, he tenido que pasar de soslayo o incluso obviar en esta primera parte algunos aspectos y sucesos históricos que serán tratados con más detenimiento en la segunda parte, que contará así mismo con un apéndice documental]
El soborno británico a españa que cambió la historia mundial.ABC accede a la lista de pagos que el MI6 realizó a Nicolás Franco, hermano del dictador, y otros siete generales para que España no apoyase a HitlerEl primer ministro británico Winston Churchill visita el refugio de Hitler en 1945Veinticuatro de junio de 1940. Un triunfante Hitler se fotografía sonriente delante de la Torre Eiffel. La perfecta maquinaria militar alemana ha triturado al Ejército francés y tomado París sin disparar un tiro. Los soldados del III Reich parecen invencibles. Cuarenta y ocho horas después, el primer ministro británico, Winston Churchill, tiene en su mesa una propuesta de su embajador en Madrid, Samuel Hoare. Descabellada, insensata, pero factible. A falta de otras ideas mejores, sólo hay espacio para la audacia.Veterano diplomático con experiencia en operaciones secretas durante la Gran Guerra, Hoare está convencido de que España se encuentra al borde de entrar en la contienda mundial a favor del Führer. «Este ardid quizá nos salve del desastre», sostiene. Su análisis de la situación es revelador: «Franco desea permanecer neutral pero está aterrorizado por Alemania; (Serrano) Suñer, (el general) Yagüe y el ala izquierdista de la Falange favorece la intervención (en la guerra); el ala derechista (requetés, carlistas, empresarios, la mayoría del Ejército y los campesinos) a favor de la neutralidad».Por tanto, no hay otra salida que reforzar y organizar el «ala derechista». «Cualquier potencia que ataque a España será “el enemigo” y nosotros debemos esperar su resistencia activa y pasiva». El razonamiento está incluido en un documento británico que ha permanecido secreto durante 73 años y que acaba de ser desclasificado por los Archivos Nacionales británicos al que ha tenido acceso ABC. Por primera vez, se revela quiénes participaron en esa operación secreta del MI6 y cómo se llevó a cabo.«Los caballeros»Denis Symith, un prestigioso profesor de Historia de la Universidad de Toronto, publicó en 1991 un documentado artículo titulado «Los caballeros de San Jorge: Gran Bretaña y la corrupción de los generales españoles (1940-1942)» en el que explicaba, por primer vez, las líneas maestras de la operación secreta.Consistía en lograr la colaboración de una treintena de destacados generales y altos oficiales cercanos a Franco para influir sobre el Caudillo y evitar que entrara en la guerra. Para incentivar esta «colaboración», Hoare, con la ayuda del capitán Alan Hillgarth, agregado naval en Madrid entre 1939 y 1943, ideó un sistema de sobornos a través del financiero español Juan March que había iniciado la colaboración con Londres como «doble agente» durante la I Guerra Mundial.Se denominaron «caballeros de San Jorge» en referencia a las guineas de oro que Inglaterra había utilizado en el pasado para subvencionar a sus aliados continentales en las guerras europeas. En una de las caras de esas monedas aparecía San Jorge, símbolo de Gran Bretaña, a caballo haciendo frente al dragón.Sin embargo, y a pesar de sus esfuerzos y conjeturas, Symith nunca pudo confirmar quiénes eran los beneficiarios. «Algún día saldrán a luz porque sus nombres están escritos en los documentos que se guardan en Kew», vaticinó la última vez que hablé con él hace años en referencia a la localidad cercana a Londres donde residen los archivos británicos. Y así ha sido.El documento desclasificado detalla el funcionamiento de la trama. Constaba de un «núcleo duro» formado por Nicolás Franco, hermano del Generalísimo y entonces embajador en Lisboa; el general Varela, ministro del Ejército; el salvador de Oviedo, general Aranda; el general Gallarza -ministro del Interior- y, por último, el general Kindelán, entonces capitán general de Cataluña, región básica para cualquier operación militar.Un segundo círculo de conspiradores estaba constituido por los generales Queipo de Llano, Orgaz, Moreno, Alongo, Solchaga, Asensio y Muñoz Grandes -antes de dirigir la División Azul-, todos ellos al mando de capitanías o territorios claves como Marruecos o Sevilla.Ingeniería financieraLa documentación desclasificada señala que Churchill autorizó un total de 20 millones de dólares de la época (unos 331 millones al cambio actual) para sobornos que se fueron concediendo por periodos de seis meses hasta finales de 1942, pues a partir de entonces el régimen franquista ya había girado hacia los Aliados.Según la documentación británica, Nicolás Franco y los generales Varela y Aranda eran los que más cobraban -dos millones de dólares- seguidos de Gallarza y Kindelán -un millón cada uno-. También hay constancia de que recibieron dinero Queipo de Llano, Orgaz y Asensio, aunque no está claro cuánto exactamente.March propuso que el dinero fuera ingresado en la banca suiza en Ginebra y después depositado en una sucursal en Nueva York. Las cantidades fueron transferidas en cuentas separadas conjuntas bajo los nombres de March y de los respectivos beneficiarios. Estos aceptaron cobrar la mitad al principio de cada periodo de seis meses y el resto al final. Sólo una cuarta parte sería en pesetas para no levantar sospechas. El esquema funcionó perfectamente durante el primer año pero en septiembre de 1941 surgieron complicaciones cuando Estados Unidos bloqueó las cuentas financieras de March por considerarle sospechoso de trabajar para el enemigo. El problema fue tan serio que requirió la intervención personal de Churchill para desbloquearlas.Además de su influencia política, el servicio secreto británico MI6 utilizó a estos generales para montar una organización clandestina que pudiera dar un golpe de estado si Hitler invadía España o era necesario «liquidar» a Serrano Suñer o Yagüe, pero sin derrocar a Franco.¿Un dinero bien invertido?Un interrogante justificado se refiere a si, al final, mereció la pena. Algunos piensan que quizá exageraron los peligros para seguir cobrando aunque los telegramas del Foreign Office no ponen en duda su contribución al objetivo final.Por ejemplo, llega a considerar como uno de sus resultados más importantes la dimisión a finales de julio de 1940 del entonces ministro del Aire Yagüe. «Los planes están teniendo efecto. El general Yagüe, el protagonista de la entrada de España en la guerra, ha sido destituido. Parece que recientemente dijo a Franco que la guerra terminaría en pocas semanas y que España debía entrar en la guerra ya.El ministro de la Guerra que estaba presente en la entrevista se opuso firmemente a este planteamiento y Franco le apoyó de forma igualmente firme». España no entró finalmente en la Segunda Guerra Mundial pero, lo que sí es cierto, es que en el camino algunos políticos y generales mejoraron su situación económica a costa, en este caso, de los contribuyentes ingleses.